En Señora, Ana Belén Rivero se adentra en el humor más difícil, que es aquel que implica ponerse en el ojo del huracán de la guasa, en medio de la tormenta perfecta del cachondeo. Sin cortapisas (ni cortapizzas) y sin establecer un cordón sanitario que evite que le salpique lo que cuenta.
Convertirse en una señora
Bien al contrario, Rivero, en su primera experiencia con una editorial, reflexiona sobre lo que significa convertirse en adulto en una sociedad como la de nuestro país, que no solo sigue vendiendo la juventud como objeto de deseo definitivo, sino que ha dotado a los que dejamos de serlo con un conjunto de herramientas y armas terriblemente precarias para enfrentarnos a la segunda mitad de nuestra vida.
La dibujante ha desarrollado una personalidad gráfica de altura. Su estilo limpio resulta de gran expresividad y, en Señora, explota de manera acertadísima su capacidad para componer y esa calidad elástica que exhibe su trazo. A lo largo de la obra, Rivero muestra su versatilidad para variar ritmos y cadencias.
Señora recoge un mensaje contemporáneo y, a la vez, eterno, en un continente trabajado y de largo recorrido. Ana Belén Rivero domina los resortes del humor y los utiliza con una gran precisión, ya sea en narrativas tradicionales de viñeta a viñeta como en desarrollos a página completa; estructurando una planificación verista de los escenarios o deconstruyéndolos en busca de la abstracción.
Pasando las páginas de Señora, no es difícil identificar un profundo conocimiento de mecanismos de la historieta de género, que Rivero ha sabido llevar a su terreno para forjar una identidad de autora e ir mucho más allá de la ocurrencia ingeniosa o del gag bien hilado. Hay un legítimo y sincero ánimo de empatizar con el lector, de conectar y poner en común inseguridades y reflexiones vitales. Y hacerlo a través del humor es algo que pocos consiguen de manera tan brillante.