Superman: Hijo Rojo parte de una tradición instaurada tanto en Marvel como en DC que busca aventurar soluciones alternativas y, en ocasiones extremas a algunos de sus personajes. En este caso, imaginando a un Superman comunista.
Durante la época de menor popularidad del cómic de superhéroes, Batman y Superman se solían ver envueltos en aventuras y situaciones disparatadas y con un toque psicodélico. Después, el cómic de superhéroes buscó ser serio y «realista». Sus lectores crecieron y empezó ha haber una ingente cantidad de historias publicadas. La continuidad, esa herramienta que ordenaba el quién hizo qué y en qué número, se impuso como herramienta de orden, coherencia y cohesión en unos universos Marvel y DC ya suficientemente complejos.
Así pues, la exploración de alternativas más o menos descabelladas la trabajó inicialmente Marvel desde What if, una serie que desarrollaba lo que habría pasado si la historia marvelita hubiese dado un sorprendente giro en alguno de sus momentos más significativos. DC, por su parte creaba una serie de subsello. Elseworlds, en el que imaginaba cómo habrían sido sus personajes en contextos espaciotemporales distintos al suyo.
Superman: Hijo Rojo imagina cómo habría sido un Superman criado en la extinta Unión Soviética en vez de en la idílica Smallville. Una premisa a priori cargada de posibilidades si atendemos al estatus de la creación de Siegel y Shuster como icono estadounidense de primer orden.
Mark Millar, guionista británico especialista en convertir sus cómics en películas de Hollywood (ahí estan Kickass, Wanted o Kingsman, y las que quedan por llegar), es el encargado de dotar de sustancia a un punto de partida con tantas posibilidades como trampas potenciales. Sin embargo, la desenvoltura habitual del guionista hace que la trama se despliegue de manera conveniente e intensa.
Así, presenciamos cómo unos Estados Unidos en decadencia se van quedando cada vez más aislados frente a una pujante Unión Soviética que, encabezada por el menos igual de todos los seres, extiende por el mundo las bondades del socialismo, haciendo realidad la utopía en gran medida gracias a un no menos utópico líder.
Hay acierto, y mucho, a la hora de insertar en esta imaginativa elucubración. Lois Lane, Lex Luthor, Batman o Green Lantern son envestidos con nuevos contextos y motivaciones. Su mayor logro es el de ser lo suficientemente diferentes a los originales como para despertar curiosidad y, a la vez, mantener una esencia reconocible que permita apreciar más y mejor los cambios.
Superman: Hijo Rojo no solo funciona admirablemente bien a la hora de vertebrar una distopía. De manera poco disimulada, entre traiciones, planes maestros, espectaculares hazañas y combates épicos, también hay lugar para reflexiones sobre la soledad del poder, la condición humana o el triunfo de la voluntad.
Hay, quizás, un cierto intento moralizante en un desenlace que, forzosamente tiene que buscar la pirueta argumental. Más allá de ello no hay duda de que es esta una obra que atesora todo lo bueno que se puede esperar de un proyecto Elseworlds.
De ninguna manera se puede entender el éxito de Superman: Hijo Rojo sin la fundamental aportación de Dave Johnson y Killian Plunkett. Johnson es uno de esos dibujantes de inmenso talento pero exasperante lentitud, lo que ha acabado por decantar su trayectoria casi exclusivamente a la faceta de portadista (destacando su trabajo para 100 Balas).
Es por ello que ver un nuevo tebeo suyo en las tiendas es siempre buena noticia. En Hijo Rojo, el artista, que vuelve a necesitar la ayuda de otro dibujante para finalizar un proyecto, despliega el catálogo de sus virtudes:su espectacular y dinámico dibujo, con esas figuras intensas y fuertes, su aventajada composición de página y su primoroso diseño de producción.
Tan solo una cierta indolencia y un exiguo catálogo de obras también demasiado exiguas -este Superman Hijo Rojo quizás sea de las de mayor entidad- hacen que Johnson sea sólo un buen dibujante, cuando en su mano siempre ha estado haber sido un autor de primera línea.
En el otro lado, la solidez de Killian Plunkett hacen que uno se pregunte por qué no vemos más tebeos con su firma.
Aunque siempre ayuda, no es ni mucho menos necesario ser fan de Superman ni haber sido niño en los ochenta para disfrutar con una obra vibrante que invita a aventurar las muchísimas posibilidades que brinda la historia en manos de una mente inquieta.