Hay pocos artículos que se resistan a definir a Warren Ellis, padre de esta Orbitador como un escritor u guionista a quien «o se ama, o se odia». Más allá de que, en realidad esa máxima se puede aplicar a todo quisqui, llega un momento que una tontería repetida no tiene que acabar convirtiéndose en verdad.
En lo puramente personal, Warren Ellis se antoja como una especie de versión 2.0 de Alan Moore. Un tipo que cultiva conscientemente su imagen de británico excéntrico, con un apetito voraz por todo lo que huela a subcultura y underground, ya sea activismo web, steampunk o microgéneros de música electrónica. Un material que, posteriormente, le resulta especialmente útil para sus obras . En redes sociales, Ellis hace gala de una personalidad ciertamente estimulante y carismática a la que recompensa seguir.
En su vertiente como autor, hace mucho que abandonó la faceta de escritor asentado en un macarreo crudo y un tanto sórdido (sobre todo para el lector medio norteamericano) para adentrarse en un terreno mucho más diverso. Con varias novelas publicadas y un buen número de cómics a sus espaldas, Ellis compagina en estos últimos años encargos para Marvel con proyectos propios, casi siempre dentro del género de ciencia ficción.
En Orbitador, Warren Ellis quiere contagiarnos la fascinación que siente por la carrera espacial y todo lo esta que simboliza para el ser humano. Toma como partida el desastre del Challenger y lo traslada a la ficción. No de manera literal, sino aventurando cómo un evento similar podría suponer que el hombre diese la espalda a la exploración espacial y sus consecuencias en un grupo determinado de personajes. El desaliento que genera el sentirse más anclado que nunca en nuestro planeta, el renunciar a la aventura infinita de descubrir la inmensidad que hay ahí fuera es algo que Ellis plasma de manera soberbia con dos pinceladas. Lo mismo ocurre con el caos, la inquietud y el desconcierto que genera el sorprendente retorno del último transbordador espacial lanzado en órbita.
Es este punto de ruptura el que sirve para, por una parte, contextualizar el antes del evento y, por otra, plantear una trama en la que juega un importante papel el miedo a lo desconocido, el enfrentarse a algo que no entendemos. Ellis, gran conocedor del género, despliega un ambiente de ciencia-ficción inquietante, de incomprensibles fuerzas que van más allá de las capacidades del hombre. Lo que acecha a los personajes de Orbitador descoloca no sólo por el peligro potencial que entraña, sino porque no cuadra dentro de los esquemas de las amenazas que conocen. Desde el principio de los tiempos, la oscuridad ha sido el gran temor del ser humano y, en cierto modo, en Orbitador lo que se nos cuenta es cómo un grupo de personas busca luz allá donde hay sombras.
Hay en esta obra ese ambiente de que algo extraño está pasando, esa tensión palpable del arranque de películas como Horizonte Final o Solaris. Ellis aprovecha también (Orbitador es su juguete, al fin y al cabo) para construir un engranaje en el que vuelca años de investigación, documentación y aprendizaje. Qué mejor manera de trasladar al lector el misterio que supone que una lanzadera haya realizado un recorrido que va mucho más allá de su capacidad que hacer uso de una (en apariencia) base científica sólida que, de paso, maraville a los aficionados a la hard sci-fi.
Habituado a rodearse de grandes dibujantes para sus proyectos, el guionista británico cuenta con Colleen Doran para este Orbitador. Doran, conocida principalmente en nuestro país por su trabajo en Sandman, es creadora también de A Distant Soil, una ambiciosa saga galáctica de largo recorrido en la que ha ido trabajando de manera intermitente a lo largo de los años. Pese a que su estilo sea quizás más cercano al género fantástico, su trayectoria y credenciales se antojan adecuadas para el proyecto. Sin embargo, desde mi punto de vista, hay algo que no acaba de funcionar en su trabajo en Orbitador. En líneas generales, Doran realiza un trabajo correcto. Su manera de entender el cómic es comedida y elude lucimientos, con una narrativa clara y sin complicaciones. Falla, desde luego, en el trabajo de las expresiones y gestos de los personajes, demasiado tendentes al rictus vacío. Falta, además, algo de sense of wonder, que sí había, por ejemplo con Chris Sprouse en Ocean. El oficio de la dibujante hace que Orbitador funcione pero, no se puede negar, su trabajo está a años luz del de otros artistas como Declan Shalvey, Jason Howard o Stuart Immonen, con quienes ha trabajado en diversos proyectos.
Orbitador es una delicia si flipas con los astronautas, la NASA, y con la épica del espacio más cercano a nuestra realidad. Deja la sensación de haberse quedado a las puertas de ser algo mucho más grande, pero eso no impide que el viaje valga la pena.
Dejar una contestacion