La trayectoria de Marcos Prior es la de un autor interesado por transmitir unas inquietudes a través del camino menos recorrido. Con dos décadas de avance firme, es en algunas de sus obras de los últimos años como Fagocitosis, El año de los 4 Emperadores, Potlatch o este Necrópolis, donde el autor catalán, ya sea solo o en colaboración con otros autores, ha acabado de encontrar un discurso y tono propios fruto de años de crecimiento artístico y de una gran capacidad de captar modos y maneras de los mass media, la sociedad y el entretenimiento de la época en que vivimos.
A través de unas distopías dolorosamente paralelas con el zeitgeist actual, a partir de un «tan lejos, tan cerca», Prior hace una cuidadosa disección de determinados tics y realidades de este arranque del siglo XXI.
En Necrópolis, Marcos Prior nos habla de la podredumbre que asola a una megalópolis occidental hasta, como su título indica, convertirla en una ciudad de muertos. Hechos aislados y aparentemente inconexos como unos apagones, una oleada de asesinatos en barrios populares, peleas de pandilleros, la actuación de un justiciero sosias de Charles Bronson o unas elecciones municipales son piezas de un puzzle desesperante y desesperanzador. Porque en Necrópolis no hay espíritu didáctico ni caballero de brillante armadura. Sí hay una precisa disección de la deshumanización de las grandes ciudades, del colapso de un sistema económico, de las consecuencias de la polarización de las clases sociales y del populismo y el sometimiento general de la política y la sociedad al circo del sensacionalismo mediático.
Porque es el uso quizás no tan pasado de rosca como parece de la dialéctica del espectáculo audiovisual vacuo que impera, la banalización de lo trágico, el show business de la miseria, lo que el autor plasma con gran acierto. Es ese juego grotesco el que marca el contraste y nos hace ver que la ominosa urbe que noa describe el autor quizás no esté tan alejada de la realidad.
Allá donde autores como Aleix Saló o Nadar encuentran otras vías válidas de describir lo que está ocurriendo durante los últimos años, Marcos Prior sigue trabajando un discurso tan terrible como fascinante de lo que pasa pero también de lo que puede saber, a través de un prisma que incluye, en cierto modo, a Philip K. Dick, J.G. Ballard o William Gibson.
A la espera de que aparezca Gran Hotel Abismo, junto a David Rubín, no es arriesgado decir que el trabajo de Marcos Prior tomado en su conjunto supone un análisis único y acertadísimo de una época convulsa.
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