Ferran Esteve es un periodista, dibujante e ilustrador que, desde Barcelona, lleva a cabo una interesantísima labor en la que combina su faceta artística e informativa, que ha tenido como resultado una diversa y enriquecedora variedad de proyectos que incluyen revistas, fanzines e ilustraciones, tanto para proyectos propios como ajenos. Los sonidos del bosque es su trabajo más reciente en formato cómic.
A lo largo de las ciento y pico páginas de Los sonidos del bosque, seguimos las peripecias de un antropomórfico boombox en el que, en esencia, descubrimos el tipo de angst existencial que lleva persiguiendo a generaciones de jóvenes desde antes de la generación X hasta la actualidad. En su caso, esta especie de frustración vital se refleja en la incapacidad para reproducir sonidos.
Con ese punto de partida, Los sonidos del bosque se plantea como un viaje de descubrimiento que, pese desarrollarse como una excursión al bosque, acaba siendo un periplo tan interior como exterior. Siguiendo esa especie de género que abunda en un costumbrismo salpicado de añadidos fantásticos, el protagonista se va encontrando ante todo tipo de situaciones que le llevan a plantearse su vida y a sí mismo.
Esteve trabaja más a las sensaciones que lo explícito. Su dibujo es bonito y sintético y está, por momentos, cargado de un espíritu totémico. Hay, por su parte, una gran habilidad para sugerir a través de estampas, tanto de frondosos parajes como de pequeñas y grandes rituales, tanto literales (las escenas de rollo étnico en el bosque) como de andar por casa (los que se celebran frente a una barra o alrededor de un fuego). El conjunto es un paseo agradable con ecos sazonados en su justa medida de zen y rollo Walden a lo Canciones de amor a quemarropa.
En mi opinión, el gran acierto de este Los sonidos del bosque es su tono desdramatizante. Se puede adivinar que el autor propone una reflexión sobre las rutinas personales, la creatividad y el peso de la rutina, pero lo plantea en todo momento como una especie de aventura vitalista y nada tremenda cocinada con mucho cariño y que destila un tono vitalista y fresco que se agradece muchísimo.
Lejos de un dogmatismo cumbayá que lo habría estropeado todo, Ferran Esteve ofrece un cómic que ofrece una lectura suficientemente abierta como para invitar a la reflexión, entretenerse con las peripecias de un humanísimo boombox o ambas a la vez.