Reseña de Spiderwoman: Trapos Nuevos, de Hopeless, Rodríguez y Bustos

Cuando acabas de leer un cómic como este Spiderwoman: Trapos Nuevos, lo primero que te viene a la cabeza es por qué no hay más cómics de superhéroes así. Empiezas a leerlo y todo fluye. Dennis Hopeless le tiene cogido el pulso al personaje y, con cuatro pinceladas, arma una protagonista cercana y con matices y un plantel de secundarios que le añada sustancia al guiso.

A partir de ahí, ya solo le hace falta dejarse llevar y dejar hacer a Javier Rodríguez y, luego, a Natacha Bustos. Al dibujante las heroinas se le han dado bien, como aquel que dice, desde la noche de los tiempos. Ahí están Love Gun y Lolita HR para demostrarlo, si es que a alguien le hace falta comprobarlo. Y si no, háganlo igual: son buenos tebeos. En estos años, Rodríguez ha crecido mucho como persona y como dibujante, y se nota. Sólo su carrera en Marvel es un ejemplo constante de ello. Con su Daredevil o su Hobgoblin, y ahora con Spiderwoman. Coloreando o a los lápices. Sea como sea, siempre puedes ver esfuerzo y afán de mejora. Si sabes un poco sobre cómic y te asomas a algo que haya dibujado Javier, puedes ver el trabajo que hay detrás de cada página en ángulos, planos, figuras y estructuras de página para que todo parezca sencillo y sin complicaciones. Disfrutas con lo que estas leyendo, te asomas a los últimos números que ha publicado en EE.UU y sí, hay mucho bueno por venir.

Exactamente lo mismo ocurre con Natacha Bustos. Te dicen que estas páginas de Spiderwoman son su primer trabajo para Marvel y no te crees que no lleve años dibujando superhéroes, rednecks y vacas mutantes. Te asomas a su Moon Girl and Devil Dinosaur y te preguntas ansioso cuánto van a tardar en publicarlo en España. Algún día habrá que hablar en voz alta sobre  la excelente generación de dibujantes de la que estamos disfrutando.

En este tomo de Spiderwoman, Jessica Drew vuelve, o al menos lo intenta, a su faceta de superhéroe de proximidad, de investigador privado. Lo mejor de Marvel, con honrosas excepciones, siempre ha venido de los extremos. De la polarización entre los barrios degradados y los brillantes rascacielos de la metrópoli. De la pelea calle a calle, esquina a esquina o la guerra entre exóticas civilizaciones en los confines del universo. No hay término medio. Y así, Spiderwoman se alinea con Ojo de Halcón, con Daredevil, con Hulka… En definitiva con ese modelo de superhéroe cercano y, hasta cierto punto, costumbrista que se quita la etiqueta de franquicia y se reafirma en su papel para ser vehículo de historias de todo tipo. Porque en Spiderwoman hay acción y puñetazos, pero también se habla, de manera más o menos subliminal, de madurez e inmadurez, de matrimonios y machismo, de soledad, desorientación o del final de una manera de hacer periodismo. Tomar elementos cotidianos no garantiza un buen tebeo de superhéroes, pero pocos son los grandes cómics Marvel de este género que, más allá  de los pijamas de colores, la mandíbula apretada y las alucinantes aventuras, no escondan temas de humanidad fundamental, de primero de persona, con los que pueda empatizar cualquier hijo de vecino.

Spiderwoman, con su tono de sitcom, su humor y su protagonista encantadoramente desastrosa, consigue ser un tebeo moderno y, a la vez, tremendamente enraizado con la tradición Marvel. Una delicia que recuerda que, si uno se lo propone, no hay género en el que no queden cosas que contar.

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