El audiovisual dominante ha hecho que, con los años, hayamos interiorizado como propios determinados escenarios como trasfondos ideales para el desarrollo de ciertas historias. Así, los bayous de Nueva Orleans, los Everglades de Florida o las ciudades de tres al cuarto de la America Profunda son escenarios propicios para sórdidos crímenes, peligrosas sectas, ritos neopaganos o asesinos del hacha. Los suburbios de Nueva York, Los Ángeles y Baltimore son escenario de luchas de bandas o comedias de situación (va por barrios) y así hasta completar un mapa trufado de géneros y convenciones.
En Murcia, Magius juega a subvertir estas convenciones topográficas y convierte a la capital del «¡Qué hermosa eres!» en un Twin Peaks cargado de sordidez e intrigas cañí, en una suerte de True Detective desprovisto de fotografía saturada y filth chic. Aunque cada uno puede elegir el grado de ironía con el que tomarse la ambientación, Magius realiza un minucioso trabajo de ambientación que le lleva a ser extremadamente detallado con cofradías de Semana Santa, casinos, calles y hasta prostíbulos. A partir de estos elaboradísimos cimientos, conjuga una delirante historia llena de rituales pagano-huertanos, terroristas panochos, luchas de poder caciquiles, corrupción y vendettas que resulta tan disparatada como fascinante.

Con su dibujo seco como un zurriagazo, sus colores planos y sus narices de pimiento, Magius consigue ser totalmente efectivo a la hora de transmitir atmósferas malsanas, tan febriles e hipnóticas como casposas, ese reverso tenebroso que ocultan las instituciones, iconos y personalidades aparentemente más respetables de esta Murcia imaginada (¿?).
Conforme vas avanzando por las páginas de Murcia, queda claro que puedes entrar en la obra desde una distancia jocosa y chanante o abrazando sin reservas esta suerte de noir psicotrópico cazurro.  En cualquier caso,  por el camino se quedan varias escenas verdaderamente potentes (los rituales, la huerta, la superposición entre el Cristo y Baal), una ambientación trabajadísima y una escalada de tensiones que desemboca en un desenlace quizás demasiado apresurado.  Esto pide secuela a gritos. Guturales e ininteligibles, pero gritos, al fin y al cabo.