Vivimos en tiempos fascinantes en lo que a edición de cómics se refiere y por las circunstancias que rodean a la llegada de una obra como Las migajas a España sin ya un hecho noticiable por si mismo. Y es que desde su edición a principios de siglo, este cómic con guión de Ibn al Rabin y el dibujo de un Frederik Peeters que aún no había alcanzado fama urbi et orbe con Píldoras azules, este Las Migajas no había vuelto a ser editado no solo en Francia, sino en ninguna otra parte. Las Migajas es un cómic de setenta y pocas páginas en un bitono blanco y negro y dorado. Una chifladura protagonizada por un barón de Liechtenstein y un tren con un puñado de personajes completamente disparatados y, sí, un montón de señores de San Marino.
Las Migajas se apoya en unos diálogos socarrones y vivísimos -excelentemente adaptados y traducidos en la primorosa edición de Astiberri- como hilo integrador de una fantasía absurda pero muy divertida que resulta a ratos Berlanga y a ratos Buñuel. Nos encontramos además a un Peeters con un pulso firme y resuelto y un endiablado dinamismo.
Aunque su brevedad en número de páginas y lo particular de su guión quizás hagan que algunos lo clasifiquen como aperitivo o carne de completistas, conviene advertir que nos encontramos a un tebeo con entidad que va más allá del sabroso ejercicio de estilo de Constellation o de los juegos de Dándole vueltas. Quizás, y esto es una conjetura propia, Las Migajas permite ver el germen de algo que el autor ha sabido desplegar en trabajos posteriores como Paquidermo y Castillo de arena. Una manera de distorsionar la realidad y de crear ambientes fantásticos a partir de una aparente normalidad. Una obra frenética y estimulante que se lee en un suspiro, pero se revisita para paladear de nuevo giros y matices.
Dejar una contestacion