La llegada de La Resistencia, una nueva revista de cómic al mercado es una excelente noticia. Es también motivo de celebración en tanto que toda iniciativa de editar suma y, por lo tanto, enriquece, y porque el formato no pasa por su mejor momento que digamos.
Desgraciadamente, el anuncio de la aparición de La Resistencia ha venido precedida por dos polémicas encadenadas. La primera, la ausencia de autoras en la nómina de su primer número que acabó por destapar una segunda: los dibujantes de La Resistencia trabajan, hasta que se paguen los gastos de la revista, por amor al arte.
La intención de Ricardo, el editor de Dibbuks, un tío implicado hasta las trancas en el mundo del cómic, no admite reproche ninguno. Ha querido apoyar una iniciativa que sabe difícil, algo que nunca le ha desanimado. Ahí está, sin ir más lejos, el recuerdo de la excelente El Manglar. El apoyo ha supuesto dar un soporte editorial a lo que, en otras circunstancias, habría sido un caso de autoedición. El resultado es que los autores, voluntariamente, entregan su trabajo de manera gratuita en un proyecto que en teoría es profesional. Así funciona el mundo: como una revista de cómics es un proyecto bonito, romántico y quijotesco y los dibujantes son artistas, está bien que no cobren. Una imprenta, por ejemplo, se puede permitir participar en un proyecto bonito, romántico y quijotesco pero, eso sí, cobrando.
Sin estrujarse uno demasiado la cabeza puede encontrar ejemplos de artistas que han buscado maneras de monetizar su trabajo de manera directa. Está el modelo de una REVISTA como Orgullo y Satisfacción o el de Marcos Martín y Albert Monteys en Panel Syndicate. Estan las plataformas de mecenazgo como Kickstarter o Patreon. Ninguna de estas opciones supone un menoscabo claro a quien, en el fondo es quien más pone en un proyecto artístico: el autor.
La opción de La Resistencia, sin embargo, pasa por replicar el mismo modelo de revistas de cómic hoy extintas haciendo que los recortes los asuman los autores. O por replicar un modelo de fanzine y autoedición, pero con autores profesionales y una editorial detrás.
Al final, lo triste es que salga una revista estemos hablando más de todo esto que de los cómics que contiene. Parece que el mensaje que se ha enviado es que hay que comprar La Resistencia por militancia, porque es una REVISTA, una REVISTA DE CÓMICS, un UNICORNIO. Porque un grupo de camaradas se ha reunido para hacer algo romántico y solo tu apoyo puede hacer que la cosa funcione y que los autores cobren.
El azar, la furia española, el bien común, la lástima… parece que a esto se confía el éxito de una revista que, recordemos, es o pretende ser profesional. Factores perfectamente respetables, pero que nunca deberían sustituir al esencial: trabajar en un proyecto viable económicamente con contenidos irresistibles para el lector.
Los responsables de La Resistencia insisten, además, en una serie de tics fanzineros y completamente innecesarios. Se juega a la confrontación y al reproche (sería interesante saber a quien y qué se reprocha) con detalles como un «Esto no es una novela gráfica» que en la cabeza de quien lo ideó debe ser una solemne declaración de intenciones, pero en realidad no pasa de ser una tontería infantil, además de reavivar una polémica estéril y aburrida. Se continua en esa línea con el ego trip innecesario de Juanjo el Rápido y su «diálogo» o unos agradecimientos que suenan a pataleta de niño. Lo siento, Juanjo (si es que has escrito tu esto), el cómic español SÍ vive una de las mejores épocas de su historia.
Afortunadamente, superado esto, se puede disfrutar, y mucho. Se puede disfrutar de una portada preciosa de Agreda. Se puede apreciar cómo Juan Berrio convierte en algo especial cualquier trozo de lo cotidiano, con sus diálogos tan naturales y bonitos, con los pequeños detalles que hacen que lo suyo dé siempre un reconfortante calorcillo a quien lo lee.
Está Pablo Velarde con un Pepe Jipi que dividide. Su trazo y maneras son más elegantes y acertadas que nunca. El personaje en sí y la fórmula de gag no deja de ser un poco un remedo que juega a modernizar a Carpanta y huele demasiado a descarte de El Jueves.
Desolador es el adjetivo que aparece inmediatamente al leer el Fallen Angels de Miguel Ángel Martín. Asisto sin dar crédito al desfile de viñetas tópicas, desganadas y sonrojantes de quien ha sido uno de los autores más audaces y personales de este país. Su sarta de diálogos entre dos arquetípicas lolitas solo pueden ser definidas como la fantasía pajera de alguien con una visión trasnochadísima de lo moderno y lo transgresor. Un ejercicio casposo, sexista y decepcionante de la mano de quien fuese un verdadero vanguardista, que ahora haría bien en leer urgentemente La Furia, de Los Bravú, y echarse a llorar. Fallen Angels es con diferencia, lo peor de La Resistencia. Una material que, quien escribe esto, no entiende que tenga cabida en una revista profesional de pleno 2016.
No se vayan todavía, que hay más. Juanjo el Rápido se marca un homenaje en primera persona, sentido y precioso a París a cuenta de los atentados que sacudieron la catedral francesa. Javi de Castro y Josep Busquet utilizan la space opera como excusa para dar un recital de buen gusto en cuanto composición de página y Miguel B. Nuñez demuestra una vez más que es uno de los autores que mejor sabe contar sin necesidad de palabras y, de paso, que su humor heredero de los Looney Tunes parece inagotable. Salve, Rey Huevo.
Hay lugar, también, para trabajos que van por libre como los de Manel Craneo y Olaf Ladousse. Quizás no todo el mundo comulgue con sus códigos pero, creanme, son necesarios.
Jali, con su estilo un poco a medio hacer, le da un par de vueltas a lo anecdótico en una historia corta de corte fantástico y algo surrealista. Su aportación, desde luego es la más fanzinera en el peor sentido.
Aplaudo de manera decidida la iniciativa de recuperar historietas y más si se ofrece una información que permita contextualizar. Hay tantos trabajos estupendos enterrados y olvidados que no está de más un poco de arqueología.
Al colorido homenaje a 13 Rue del Percebe de Alex Fito le siguen Agreda y Ozaman con un ligero pero interesante metarelato, Infame & Co con un pequeño slice of life con buenas intenciones y, por momentos, buenas soluciones y un Chema García que quiere jugar (y juega) en la misma liga que Manu Larcenet o Michel Rabagliati. Para cerrar, Fermín Solís realiza un ejercicio de nostalgia con el punto justo de azúcar. El postre perfecto.
Fui suscriptor de El Manglar y compraré religiosamente La Resistencia mientras se publique. Puede que su arranque haya sido accidentado. Y que, si de verdad se propone ser una revista profesional y no un fanzine noventero con esteroides, debería de pensar en corregir un par de detalles. Pero, al final, lo que importa son las buenas historias, y en las páginas de este primer número hay un montón de ellas.
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