A estas alturas, poco se puede discutir el poderoso influjo de la nostalgia en la cultura popular actual. Batman’66 quizás sea uno de los ejemplos más simbólicos.
La serie, guionizada con una conveniente combinación de pericia, reverencia y socarronería por Jeff Parker, calca las principales características de aquella delicia camp en forma de serie de televisión que lanzó al estrellato a un Batman muy diferente al actual.
Poco hay que reprochar a este homenaje en viñetas del Caballero Oscuro más desenfadado y colorista de la historia. Parker rescata la candidez y ligereza de los argumentos de la misma y replica la plétora de batcachivaches y las amenazas inofensivas y naif que poblaban los episodios de la serie original. Cada entrega de Batman’66 es una gran opereta colorista llena de villanos coloristas y rimbombantes y de viñetas cargadas de onomatopeyas y diálogos encantadoramente trasnochados. El conjunto, sin embargo, destila modernidad por los cuatro costados en su impecable factura.
Para que este artefacto pop funcione, se antoja fundamental la labor de dibujantes que sepan lo que tienen entre manos y, en este caso, vaya si lo saben. De entre el amplio elenco que participa en este primer volumen, destaca, de qué manera, Jonathan Case (a quien conocemos por aquí gracias a El asesino de Green River). Lo suyo es auténtica orfebrería, no solo por la minuciosa manera de trasladar al papel la fisonomía y características del material original, sino por su decidida apuesta por entregarse al proyecto con los brazos abiertos de par en par. Casi cada página de las que se encarga es una declaración de amor a los sesenta y al cómic. Su cuidadísimo trazo, su entregada labor a la hora de repartir planos y perspectivas, de inventar soluciones, de establecer cadencias o su acertadísimo uso del color, son un auténtico alarde. En pocas ocasiones se pone tanto empeño en plasmar con tanto primor y cariño guiones que, no nos engañemos, buscan un entretenimiento estudiadamente liviano e insustancial. Mención especial también para las portadas de un Mike Allred cuya participación en un proyecto de estas características se antojaba imprescindible.
En esta era del posthumor, del cinismo despiadado y del estar de vuelta de todo, llama poderosamente la atención que sea posible algo como Batman’66. Habiendo valorado el material por sí mismo, me pregunto abiertamente quién es el lector objetivo de esta colección. ¿Le interesa este material a los fans de la DC más disparatada, esa que, a falta de una larga tradición editorial del sello en España, hemos podido ver en nuestro país gracias a los voluminosos Showcase?¿No es, irónicamente, un cómic demasiado «moderno» para el lector de cómic clásico?¿Existen en España suficientes fans de la serie de televisión y se enterarán de la existencia de este Batman’66?¿Es capaz el lector medio de superhéroes DC de interesarse por una obra con unos códigos visuales y narrativos tan acotados y distintos al estándar imperantes?
Creo firmemente que Batman’66 tiene virtudes suficientes, como tebeo y como objeto visual. De la misma manera, las limitaciones con las que parte un proyecto de estas características, condenado a unas estructuras necesariamente sencillas y repetitivas, me hace pensar que quizás funcione mejor como lo segundo, lo que quitaría sentido a su funcionamiento como serie regular. Si bien es cierto que Batman’66 sorprende y entretiene inicialmente, también lo es que todo se acaba diluyendo conforme avanza el tomo por pura monotonía. Sin descartar que el próximo volumen consiga reavivar la llama, también es legítimo dosificar los sabores extremadamente dulzones en pequeñas dosis para no acabar empalagando.
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