Nadie había pedido un tebeo de los Picapiedra y nadie lo esperaba tampoco. Quizás Mark Russell y Steve Pugh lo sabían, y han sabido ver lo como una oportunidad.
Vaya por delante que, desde el principio, se huye de un acercamiento canónico a la clásica serie de dibujos animados de Hanna-Barbera.
No se persigue emular el estilo gráfico, ni se plantea replicar la fórmula de Los Picapiedra. Lo cual, todo sea dicho de paso, es un alivio.
El contenido de este integral de Los Picapiedra estaba originalmente enmarcado dentro de la inicitativa Hanna-Barbera Beyond.
Los propietarios de Los Picapiedra o los Autos Locos se pusieron en Manos de DC Comics para darle un toque oscuro y adulto a sus personajes.
No es descabellado aventurar que buscaban seguir los pasos de la renovada Archie, a quien Roberto Aguirre-Sacasa y compañía han quitado un buen puñado de años y de caspa, con una renovada línea de cómics que ha dado pie también a dos fresquísimas series de TV.
¿Qué tiene entonces de Flintstone, este Los Picapiedra? De qué va la vaina? Calma, que ya vamos.
Mad Men y Yabba Dabba Doo
Los cómics que incluye este Los Picapiedra integral aprovechan la iconografía Flintstone para darle un buen repaso a la civilización occidental. Y lo hacen, sí, desde Piedradura, y acompañados de Wilma, Betty, Pedro, Pablo, Bam Bam, Pebbles y Dino.
Mark Russell convierte en arma el conocido punto de partida de la serie original, que trasladaba estéticamente a la Edad de Piedra el aparentemente ideal modo de vida de los años cincuenta en Estados Unidos.
Así como Mad Men partía desde la misma épica para poner patas arriba la supuesta edad de oro del sueño americano, Russell y Pugh sabe sacarle partido a lo que puede ofrecerles Piedradura para hacer lo propio. ¡Y de qué manera!
La alienación consumista y el capitalismo salvaje, el militarismo como sistema de validación de gobernantes, el negocio de la religión, la colonización sociocultural, la liberación de la mujer son solo algunos de los temas que desfilan en este sorprendente volumen.
Que el primer trabajo de cierta entidad del guionista Mark Russell fuese una revisión de textos bíblicos explica su facilidad y visión a la hora de utilizar la “mitología Picapiedra” para tratar grandes temas.
Russell desarrolla un puñado de historias autoconclusivas que no hacen ascos a un humor algo amargo y se saca de la manga una especie de sitcom-manifiesto con un nivel de crítica social y formulación ideológica varias leguas por delante de lo que acostumbra cualquier cómic mainstream estadounidense.
Steve Pugh, con la ayuda puntual de Rick Leonardi, consolida una convincente reinterpretación de la iconografía Flintstone. El británico lleva décadas demostrando que es un artista cumplidor y competente, y ha añadido a eso un toque de desmelene y humor que le sienta muy bien.
Los Picapiedra recibió en EE.UU todo tipo de parabienes y varias nominaciones a los Eisner. La serie es un producto sorprendente, casi milagroso si atendemos a la cantidad de grandes compañías implicadas y los mensajes que lanza el cómic. Quizás eso mismo, ese punto de subversión la convierte en una lectura aún más estimulante.