Hacía tiempo que no habíamos tenido noticias de Frederik Peeters. Han pasado dos años desde El olor de los muchachos voraces y había ganas de nuevo material de uno de los autores europeos imprescindibles para quien escribe estas líneas. Bienvenido, pues este El Hombre Garabateado.
En esta ocasión Peeters se ha aliado con el escritor y guionista Serge Lehman para asomarse a una historia de aventuras sobrenaturales con una marcada esencia europea. Tras sus coqueteos con el Far West, Peeters da vida a un relato que toma ciertos elementos del folklore europeo, principalmente la figura del Wilder Mann u hombre de los bosques.
El relato orquestado por Serge Lehman es un suma y sigue de referencias familiares. Hay esa fascinación por la cara B de la realidad, ese inframundo mágico, secreto y esotérico que tantas buenas tardes de lectura ha dado a los aficionados al Hellboy de Mike Mignola o las aventuras de Adèle Blanc-Sec de Jacques Tardi.
A medio camino entre ambas tradiciones, Lehman establece en El hombre garabateado un trío de protagonistas pertenecientes a la misma saga familiar (abuela-hija-nieta) a través de las cuales fluye una historia cargada de giros insospechados, acción trepidante y ritmo frenético. Hay secretos, maldiciones y amenazas arcanas, hay tensión bien alimentada y hay un rendido y respetuoso homenaje a la tradición pulp muy bien puesto al día.
El excelente trabajo a la hora de retratar el París actual a través de una lúcida protagonista principal como Betty es un contrapunto muy bien trabajado que da una mayor vividez a toda la subtrama de misterio fantástico. Cuesta muy poco cogerle cariño a las protagonistas, que tardan muy poco en ganarse al lector, gracias a un puñado de diálogos vivarachos y exuberantes y una muy buena definición de sus personalidades.
Gran parte del mérito, claro, pertenece a Frederik Peeters. El suizo da una lección magistral de diseño de personajes. Sus muchas horas de vuelo y variadísimo catálogo hacen que trabaje de manera igualmente efectiva las semblanzas que precisan una mayor verosimilitud y aquellas sin las cuales la dosis precisa de fantasía supone una diferencia definitiva.
En El hombre garabateado podemos ver a un Peeters que da un peso mucho mayor de lo habitual a tintas densas y manchas. Sabiendo funcionar con la austera paleta lovecraftiana que precisa una historia como esta, el dibujante aporta una considerable densidad al trazo que recuerda por momentos a esos estilizados mazacotes de negritud que trabajaba Will Eisner en sus momentos más nocturnos y lluviosos.
El Fredrik Peeters que nos había llegado los últimos años era la versión más asilvestrada y libre. Así se mostraba en Las migajas (Astiberri, 2015) y El olor de los muchachos voraces (Astiberri, 2016). En El hombre garabateado se ciñe a una historia que quizás apunte más al blockbuster francobelga y, sin embargo, aprovecha para exhibir músculo de aventura clásica y colmillo de sobrenaturalidad bien entendida.
El guion de Eric Lehman cuenta con méritos suficientes como para legitimar una historia que no se anda con remilgos a la hora de mostrar sus intenciones de entretener. Un propósito tan saludable y legítimo como bastardeado cuando se agita como supuesta bandera por quienes no tienen otra manera de defender su insustancialidad. Es por ello que quizás sea aventurado afirmar que, en manos de otro dibujante, este cómic sería poco más que una bande desinee vanilla de aventuras más de las que abarrotan las librerías de nuestros vecinos del norte.
No lo es, sin embargo, asegurar que es Peeters quien dota a El hombre garabateado de ese-algo-especial que lo convierte en una lectura con más poso del que promete a primera vista.