El Caballero Luna vuelve por la puerta grande de la mano de Warren Ellis y Declan Shalvey
Hay un encanto especial y en cierto modo absurdo por los personajes de segunda fila, creados en épocas más ingenuas en las que casi cualquier idea, por absurda que pueda resultar hoy, era susceptible en convertirse en una realidad de papel barato, grapa y cuatricromía. Esos héroes de regional preferente siguen siendo propiedad de las grandes editoriales e incluso algunos siguen ocupando un pequeño lugar en el corazón de talluditos fanboys, así que de vez en cuando toca desempolvarlos y hacer algo con ellos. En Marvel, a efectos prácticos, hablamos de casi todo lo que no sea mutantes, Vengadores y Spiderman (ahora también los Guardianes de la Galaxia). Paradójicamente, al carecer de peso específico, pedigrí ni valor bursátil, la libertad que todo ello les confiere acaba por hacerles protagonistas de obras mucho más estimulantes y creativas que el tebeo medio que publica Marvel o DC todos los meses. Moon Knight o el Caballero Luna es un ejemplo perfecto. Este remedo marveliano de Batman ha disfrutado de contadísimas tardes de gloria. Como vigilante urbano en la Gran Manzana cotiza muy por debajo de Spiderman o Daredevil y, salvo algún guión inspirado de Doug Moench y un puñado de números dibujados por un Bill Sienkiewicz que empezaba a dejar de jugar a ser Neal Adams, nuestro caballero ha calentado banquillo más que otra cosa. Asi que no es de extrañar que algún editor de Marvel llegase y le dijese a Warren Ellis: «mira Warren, toma esto y, por lo que más quieras… ¡trata de arrancarlo!». El guionista británico está muy acostumbrado a sacar oro de la basura de otros. Con Nextwave reunió a un puñado de personajes de derribo mano a mano con el mejor Stuart Immonen de los últimos años y juntos consiguieron una de las series más frescas, divertidas y entrañables que servidor recuerda. Años después, se ha aliado con el irlandés Declan Shalvey para ofrecer seis números al Caballero Luna que saben a seis vidas extra.
Lo primero que hace Ellis es enfrentarse al absurdísimo (acaso no lo son casi todos) orígen y motivaciones del personaje. No hay por donde coger el pastiche egipcio-sobrenatural de este ex mercenario convertido en vigilante nocturno neoyorquino que viste de impoluto blanco Primera Comunión y ni sus múltiples alter egos, y el guionista parece tenerlo claro desde el primer momento. Es por ello que decide darle la vuelta completamente al asunto y convertir defectos en virtudes. Tenemos, pues, a un tipo que se pasea por Nueva York en una limusima blanca vestido con un elegante traje chaqueta del mismo color y que hace gala de una flemático distanciamiento hacia todo y todos. Al fin y al cabo, un dios egipcio le ha devuelto de la muerte para que vengue a quienes atacan a los que viajan de noche. Si eso cuela, todo cuela.
Una vez sentadas esas premisas, la bola empieza a rodar. Como ya hiciese con Fell, Ellis busca dotar de entidad narrativa al comic book de 20 páginas, con lo que cada una de estos seis capítulos se puede leer, entender y disfrutar de manera independiente. Un sonoro bofetón a la manera de producir cómics hoy en día en Marvel y DC, que favorece arcos argumentales largos que luego se empaqueten en un tomo recopilatorio. Haciendo uso de aquello del menos es más, cada historia tiene un único y focalizado hilo conductor, titulado con una palabra. El guionista descarta, además, la tan habitual «voz en off» comiquera como hilo conductor. Lo que ves es lo que hay. Este formato de monodosis, tan bastardeado en televisión por series como CSI, da cabida a casos de lo más dispar: asesinos en serie, francotiradores, fantasmas, ensoñaciones alucinógenas e incluso un descacharrante y no disimulado homenaje a un videojuego de 8 bits (¿soy el único que jugaba de chaval al Kung fu Master?). Todas ellas desarrolladas de una manera escueta y precisa, con finales tajantes y un tanto abruptos, completamente desprovistos de un «continuará», buscando un estudiado desconcierto. Nada de la magia (sí, he dicho magia, soy fácil, gente) que destilan estos números de Caballero Luna sería posible sin Declan Shalvey. El irlandés quizás no tenga el trazo fino y subyugante de David Aja o Marcos Martín, pero sí comparte con ellos una espectacular capacidad de componer las páginas (el episodio del francotirador es una auténtica master class en este aspecto) y un talento único para exprimir perspectiva, ángulos y recursos que le permiten, además de epatar, transmitir y narrar, generar sensación, ritmo y ambiente. Releer estos seis números no hace más que darnos nuevas oportunidades de descubrir detalles y maneras de hacer de un artista que entiende el medio como pocos y que explota los vasos comunicantes entre cómic y audiovisual como casi nadie.
Mucho tiene que cambiar el cuento para que este Caballero Luna de Warren Ellis y Declan Shalvey no salga de la próxima edición de los premios Eisner (para los menos frikis, aclaro que vienen a ser los Óscars del mundo del cómic) con un buen saco de galardones. En un mundo mejor, en Marvel ascenderían al editor que decidió darles al Caballero Luna a esta pareja de fierabravas y a Warren Ellis le dejarían seis números para reflotar a todos y cada uno de los personajes de la Casa de las Ideas. Estoy seguro de que todos seríamos un poco más felices.
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