Para los lectores de mi edad, el recorrido en paralelo de los personajes del universo Love & Rockets con el de uno mismo no puede sino fortalecer los vínculos entre la obra y el fan. Así, si eras un veinteañero que flipaba con los grupos de Lookout y Epitaph cuando oíste hablar por primera vez de los Bros Hernández y viste alguna de las vigorosas páginas llenas de chicas y guitarras de Jaime, seguramente moviste cielo y tierra para hacerte con un ejemplar de la revista que editaba Fantagraphics. Aunque es muy probable que antes probases Mordiscos de amor, Sopa de gran pena o Pies de pato de Beto Hernández gracias a aquellos Historias Completas de El Víbora, pero esa es otra historia. Porque cuando eres uno de esos nerds, al avanzar por las páginas de Chapuzas de amor te das cuenta que has crecido con esos personajes y que sus dudas, inseguridades, errores y alegrías no son, al fin y al cabo, tan diferentes de los tuyos, que te encuentras ante una obra y un autor que lleva décadas rompiendo la cuarta pared para llegar al lector con un abrazo que a veces es de amigo y otras de cómplice.
Lo mágico de Chapuzas de amor es que resulta igualmente efectivo tanto si eres seguidor de Love & Rockets (tarea cuasi quimérica en nuestro país durante muchos años) como si no. En este volumen, a través de sus capítulos y del inteligente uso de los saltos temporales, Jaime Hernández viaja a distintos momentos de la vida de los personajes ofreciendo una vívida panorámica de 360 grados para el recién llegado y, al mismo tiempo, sacando del ostracismo episodios oscuros y trascendentales de estos para sorpresa y deleite del seguidor de la saga.
Aderezado con ese inconfundible y magistral crisol de emociones, esa línea tremenda de sordidez, tormento, humor, lascivia y absurdo, ese destino cabrón que siempre acecha a la vuelta de la esquina en L&R, Maggie, Hopey y compañía vuelven a protagonizar un relato intensamente vivo, de inconfundible sabor y fuerte emotividad. Tras tres décadas de mejora y minuciosa dedicación Jaime Hernández ha alcanzado una sobria maestría que no por ello deja de deparar gratas sorpresas. Su blanco y negro pulcro y aseado es un auténtico gozo en cada expresión, cada curva, cada viñeta. Los «combates cotidianos» de sus personajes consiguen dejar poso, las pequeñas alegrías y miserias de las que somos testigo consiguen calar como solo lo hacen las grandes historias. Chapuzas de amor, llevando la contraria a su título, se erige como una obra fundamental sobre la vida y el peso de los secretos y los sentimientos encontrados, como la carta de amor definitiva de un autor hacia sus personajes y hacia el medio con el que ha crecido. Porque ese puzzle que se va construyendo con piezas del pasado y presente de Maggie, Hopey, Calvin o Ray habla de personajes más de verdad que muchas personas reales. Porque, además de todo, sus páginas finales suponen el desenlace más emocionante que quien escribe estas líneas ha tenido ocasión de leer en mucho tiempo. Uno de los tebeos del año. Una joya que atesorar y releer.
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