Aunque hace años que Robert Kirkman ha dejado de ser considerado el chico maravilla del cómic norteamericano para pasar a convertirse en una realidad bien asentada gracias al éxito global de Los Muertos Vivientes y a su inspirada interpretación del género de superhéroes con Invencible, sus nuevos proyectos siguen generando gran expectación. Para algunos, que le acusan de haberse quedado sin ideas en la serie regular de Los Muertos Vivientes, quizás se trata de una morbosa vigilia a la espera de un batacazo. Otros quizás buscan sentir otra vez el flechazo de un nuevo hit antes de saltar a la pequeña o gran pantalla. En todo caso, Kirkman nunca deja indiferente.
Pese a que sus mucho aciertos no hacen olvidar alguna que otra más bien vulgar (Thief of thieves, Tech Jacket, Super Dinosaur o The Astounding Wolfman lo son) lo cierto es que Kirkman es un escritor más que competente con una especial habilidad para desarrollar la personalidad e interacciones de sus personajes. Si son muchos quienes coinciden en que en Los Muertos Vivientes lo verdaderamente importante son las relaciones interpersonales más que los zombies, se puede decir más o menos lo mismo de su serie más reciente Paria (Outcast en su edición original), cuyo primer volumen acaba de ser publicado en nuestro país. Paria está protagonizada por Kyle Barnes, un joven atormentado por una infancia de malos tratos y por un traumático drama familiar. Kyle, además, tiene que convivir con el añadido de ser una especie de imán para personas que sufren posesiones demoníacas y, al mismo tiempo, tener la capacidad de liberarles de esas presencias malignas. Durante estos primeros compases de Paria, Kirkman realiza una impecable radiografía del personaje principal y planta las semillas de las líneas generales que quiere desarrollar en la serie: la relación de Kyle con su hermana y su cuñado policía, los personajes secundarios, las enigmáticas fuerzas que le rodean… Más allá de esto, lo que más impacta desde mi punto de vista en la serie es bien que este cómic trasmite la atmósfera malsana en la que vive su protagonista, el sórdido ambiente de las casas y habitaciones de los poseídos y esa inquietud de cosas chungas que acechan. La aportación de Paul Azaceta en el apartado gráfico resulta fundamental para ello. El dibujante, que comparte algunos rasgos con otros artistas como Paul Pope y, sobre todo, David Lapham, hace gala de un dibujo espartano y hasta cierto punto agreste, con ese aire de libro de texto viejuno. En ocasiones puede resultar demasiado rígido e hierático (sorprende que se le asignase en su día un título como Conan), pero lo cierto es que su aportación resulta fundamental para que Paria resulte una serie de terror convincente. Azaceta sobresale en lo terrible, el las escenas más turbias y en los retratos más desasosegantes. Sus juegos de viñetas son todo una cierto para imprimir a Paria de ese aire cinematográfico que tanto le gusta a Robert Kirkman y para retratar esa parte profunda de Estados Unidos fea, vulgar y normal.
Aunque para Robert Kirkman y Paul Azaceta Paria ya es un éxito, ya que Fox está rodando la primera temporada de su adaptación televisiva, queda ver si el cómic confirma las posibilidades que apunta este Una oscuridad lo rodea. Por lo pronto, ha conseguido despertar curiosidad y expectativas. Buen principio.
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