Reseña original: City Of Crime. Detective Comics 801-814
Un año, ni más ni menos, ha durado la incursión del señor David “Balas Perdidas” Lapham en el universo del Hombre Murciélago. Bueno, en realidad más, si incluimos el desafortunado y forzado descanso de dos meses para encajar dos episodios del crossover War Crimes.
Visto lo visto, es decir, la excepcional capacidad de Lapham para retratar a criminales y antihéroes, la ciudad de Gotham se antoja un contexto excelente para que el guionista/dibujante desarrolle una trama interesante y fluida. Nada más lejos de la realidad.
A lo largo de doce entregas, vemos a Batman/Bruce Wayne deambular por una ciudad en la que tiene demasiados frentes abiertos. Parece mentira que con una extensión semejante (el doble del habitual en arcos argumentales, hoy en día) Lapham no consiga centrarse. Las pinceladas sobre personajes, situaciones y amenazas que va planteando se diluyen conforme avanzan los episodios y te das cuenta de que las amenazas y cabos sueltos que van surgiendo, más que sumar, restan. Así, a fuerza de saltos de acción mal resueltos, injustificada superpoblación de némesis y una sensación general de indolencia, llega el momento en el que lo único que quieres es que la cosa acabe. Porque habituado, a hacer de su capa un sayo, David Lapham parece perderse en un marasmo de viñetas a las que parece no saber dar consistencia. En ocasiones, de un número a otro parecerá que estamos en sagas distintas, en colecciones diferentes. Una disparidad que, más que enriquecer, confunde. Ni siquiera el hilo argumental más primigenio, el de una ciudad enferma en su más pura esencia, logra sostener tan variopinto elenco de situaciones. (El) Capitán… esperábamos algo más de usted.
Con este panorama, Ramón Bachs a los lápices hace lo que puede. Partiendo de que (no sabemos hasta que punto) se encuentra los cimientos, los layouts hechos por el propio Lapham, la narrativa de Bachs queda coartada ya desde un primer momento. En todo caso, acaba siendo, en mi opinión, el entintado lo que más perjudica al dibujo del español. Massengill le hace un flaco favor a Ramón, quitándole lustre y vigor a su trabajo, sobre todo en los primeros episodios. El trabajo de coloreado tampoco es que contribuya a lucir los lápices. La paleta seleccionada, supuestamente apropiada para el tono de la historia, termina por ser poco más que un pastiche marrón-verdoso fatal. debajo de estas capas de desatino, como digo, Bachs poco o nada puede demostrar, salvo algún que otro destello puntual que ninguno de sus compañeros consigue empañar.
La sensación, pues, terriblemente frustrante. El paso de un autor independiente a un personaje-franquicia siempre es difícil, pero a Lapham se le suponía algo más de solvencia más allá de sus propios dominios. Esperemos que con la llegada de James Robinson el murciélago remonte el vuelo.