Saint Cole supone el debut del norteamericano Noah van Sciver (no confundir con el dibujante facha de superhéroes Ethan van Sciver) en el mercado español. El artista cuenta con una reputada trayectoria de militancia independiente cimentada a partir de obras como The Hypo, su primera novela gráfica publicada (una biografía de Abraham Lincoln) o Fante Bukowski.
En Saint Cole, van Sciver se adentra en el terreno del costumbrismo de corte slice of life pero, que sepamos, no refleja pasajes autobiográficos. Tenemos un protagonista con un trabajo de mierda, un realidad cotidiana con la que no se siente especialmente cómodo y una preocupante tendencia a pimplar demasiado, incluso en horas de trabajo. No hay nada bueno ni nada especialmente terrible en la vida gris de un personaje igualmente gris hasta que, claro, los débiles anclajes que mantienen a flote la integridad y seguridad del personaje van volando por los aires uno a uno de manera aparentemente inevitable. Y, además, hace un tiempo de mierda todo el rato.
Con su dibujo tosco y abocetado y su acercamiento de puro papel de lija a las motivaciones e interacciones personales. van Sciver propone una manera de retratar lo rutinario y anodino de manera totalmente inmisericorde.
Pensemos, por ejemplo, que la frialdad que exhibía Adrian Tomine con los sujetos experimentales que desfilaban por las páginas de su Optic Nerve contaban, al menos, con un envoltorio sofisticado y evocador, una estudiada indolencia que quemaba de pura frialdad pero, al menos, ofrecía un innegable atractivo estético. El Peter Bagge de Odio nos presentaba a un Buddy Bradley que no hacía nada bien y que se veía condicionado por malas decisiones y un entorno de gente lamentable, pero al menos se podía empatizar con sus miserias y acababa por ofrecernos situaciones genuinamente graciosas. En Saint Cole no encontramos nada de eso, ya que su responsable parece empeñado en llevar al límite a un personaje protagonista que, a fin de cuentas, tampoco ofrece demasiada resistencia.
Saint Cole ofrece una interesante revisitación-homenaje a una cierta manera de hacer cómic popularizada en los años noventa, la época de la gran eclosión del cómic indie. Hay, también un interés por llevar al límite entornos realistas y dotarlos, conscientemente, de una atmósfera irrespirable muy bien ejecutado. Es difícil no encontrar proximidad con las sensaciones que generaba Réquiem por un sueño, de Darren Aronofski, por ejemplo. Parámetros de familiaridad interesantes que no hacen más que sumar interés por un autor al que, desde luego, vale la pena seguir de cerca.