Reseña de Melancolía, de Simon Hanselmann

En Melancolía, Simon Hanselmann retorna a la casa en la que viven Megg, Mogg y Búho (y, cada vez más, Werewolf Jones) en la que nada cambia, pero todo es diferente.

Las dinámicas se mantienen. Megg y Mogg llevan una vida pasota y outsider, envuelta en una burbuja de drogas, comida basura y binge watching. Búho intenta un camino estándar que es sistemáticamente saboteado de manera cruel y condescendiente por parte de sus compañeros de piso a los que, sin embargo, es incapaz de dar puerta. Y, sin embargo, hay en esta nueva entrega de la vida de estos antihéroes el germen de algo distinto. En los ojos ojos de Megg no encontramos los indicios de arrepentimiento sobre los que cantaba Carlos Berlanga pero, desde luego, en su ausente sonrisa se puede leer la novela del aburrimiento y, finalmente, en sus palabras y acciones se puede ver claramente que ella ya no bebe los vientos.

Megg se encuentra atrapada en una vida que le aburre soberanamente y otra, esa Range life sobre la que cantaban Pavement, que ni está a su alcance ni quiere que lo esté. Megg necesita cambios, pero no parece que nada solucione ese vacío interior que le lleva a salir de su zona de confort y asomarse a lo que, supuestamente, hacen otras chicas o una también supuesta escapada romántica a Amsterdam.

En la otra orilla, Búho se muestra más patético que nunca. El encabronamiento con el personaje es uno de los ejes de ese humor que a veces respira pura crueldad característico de la serie. Werewolf Jones, acompañado de sus desquiciados vástagos, aumenta su presencia hasta erigirse como coprotagonista del volumen. La apatía que envuelve a Megg y Mogg convierte a Werewolf en auténtico catalizador de todo el desfase, entre el slapstick y lo escatológico, del que es capaz la fértil y descocada imaginación de Simon Hanselmann. Una vez más, el autor logra repeler y enternecer a partes iguales. Es relativamente fácil abominar a un personaje tan excesivo e insoportable, pero también lo es cogerle un cariño difícil de explicar. Igualmente, compadecer a Búho, sometido a un puteo constante e inmisericorde, no está reñido con que su via crucis doméstico resulte en ocasiones francamente descacharrante.

Simon Hanselmann da señales en Melancolía de avances a nivel gráfico, algo que no le pedíamos pero que se agradece, de todas maneras. A lo largo de la obra hay momentos planificados con un aplomo que nos dice que Simon, tras cientos de páginas, transmite una consciencia de lo que hace que quizás antes estaba un tanto sepultada en la caótica genialidad de su espíritu punk libertino y desacomplejado. Si en lo argumental el autor sigue volcando experiencias y sentimientos personales pasados por un prisma de distorsión de la realidad en el que caben brujas, funny animals y chatis hechas de moco, podemos h
ablar en su dibujo de una evolución que quizás no se aprecie a simple vista, pero que se percibe al repasar toda la saga de Mogg, Megg y Búho.

Este cuarto volumen despeja, para quien lo necesitase, las dudas sobre si Megg Mogg y Búho eran el hype de una estrella fugaz o algo más. Hanselmann se aproxima a las mil páginas de aventuras de unos personajes para los que parece tener todavía mucho preparado.

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