Cómic y medios de comunicación, algunas consideraciones

La polémica bloguera de la semana pasada fue la muy comentada reseña de la reedición de La Ciudad de Cristal que perpetró Alejandro Gándara en las páginas del periódico El Mundo. La más que razonable indignación generada por el infame texto de este personaje ha abierto la caja de los truenos dentro del mundillo reavivando el debate sobre el trato que dan los medios de comunicación de masas a la afición de nuestros desvelos, el cómic. Como quiera que mi doble condición de periodista de profesión y lector/crítico/bloguero de cómics de afición me permite ver el río desde las dos orillas, he creído conveniente realizar algunos apuntes sobre el tema de una manera más pausada y reflexiva de lo que acostumbra a permitirme el día a día.

Sobre lo patético, pedante e inadecuado de la reseña del tal Gándara, poco hay que añadir. Lo que pasa es que, como en toda reacción ante algo desacertado, en ocasiones se sobrepasa lo estrictamente razonable. He tenido y tengo la oportunidad de escribir críticas, artículos y entrevistas sobre música, cine y cómic en medios especializados y generalistas y puedo asegurar que casos como el de Gándara no son ni extraños ni únicos al mundo del cómic. Desde críticas de conciertos que habían sido suspendidos a errores de bulto varios y disparates de lo más variopinto, la realidad es que en los medios de comunicación, como en casi cualquier ámbito profesional, hay chapuceros, ignorantes y mamoncetes. Gente que vive de escribir o hablar de cosas de las que no tiene ni puta idea con una total impunidad y haciendo gala, además, de un verbo tan florido y barroco como vacío de contenido, análisis y rigor.
Así pues, respetando todas las opiniones, pienso que carecía de todo sentido el comentario de Pepo cuando apunta: “ahora mismo, si alguien mete la pata de este modo escribiendo sobre, no sé, literatura, música o arquitectura, deja de escribir sobre ello ipso facto”. Pepo: TODOS y cada uno de los días de la semana hay en este país, que digo, en el mundo, no uno, sino miles de periodistas escribiendo sobre temas de los que no son expertos o que, directamente, desconocen y cuyas únicas fuentes de referencia son los textos o documentaciones facilitadas por gabinetes de prensa, etc. Eso hablando estrictamente de información. El apartado de la crítica es radicalmente distinto, al ser un género periodístico mucho más subjetivo y en el que, tristemente, abundan el arribismo, la poca vergüenza y la pedantería.
Por otra parte, también es cierto que en el mundillo existe un cierto victimismo que tampoco aporta nada positivo. El propio Álvaro aseveraba: “La tradición dicta que cualquier artículo sobre tebeos que aparezca en un periódico va a tener errores que irán de lo garrafal a lo perdonable, es habitual”. En este blog habitúo a hacerme eco de artículos y apariciones de asuntos comiqueros en medios generalistas cuando se me presenta la ocasión, como este buen ejemplo de homenaje a Eisner a toda página y de la cual, pese a no tener obligación porque en su blog, cada uno habla de lo que quiere, nadie dijo ni mu. Pienso que quedarnos sólo con lo malo –o con lo bueno- no ofrece una buena perspectiva desde la que poder emitir juicios de valor tan absolutos como el Álvaro. Juicio de valor que, además, dispara directamente sobre los intentos de muchos periodistas que amamos la historieta e intentamos dignificar y apoyar el cómic desde nuestro día a día, y no sólo desde nuestro tiempo libre. Pepo por ejemplo, sí hace un ejercicio de diversidad en su Con C de Arte. Así pues, prefiero quedarme con el comentario de Corbeau en LCdP: “Un crítico que mete el gambazo: ¿Tan raro les parece? Seguro que ha habido otro por ahí con una crítica más útil, más acertada, no se…”.

La realidad, amigos, es que los medios de comunicación de masas ni saben ni se interesan por la historieta sencillamente porque la historieta, o al menos la que nos interesa a nosotros, NO es un fenómeno de masas en nuestro país, con lo que no alcanza a interesar a un público masivo ni tiene una industria potente (o al menos relativamente potente) detrás. Así pues, las referencias al cómic no pasan de lo anecdótico y casi obligado, es decir, la reseña de turno sobre el Salón del Cómic de Barcelona, el nuevo álbum de Asterix o algún apunte sobre tebeo clásico, el de toda la vida, cuanto el tebeo SÍ era algo masivo (Mortadelo y Filemón, el Guerrero del Antifaz, et al.).
A esto hay que añadir otra serie de prejuicios y lagunas. En el mundo de la televisión el cómic es visto como algo “estático” y difícil de reportajear, algo poco vistoso en el medio de comunicación de la imagen en movimiento por excelencia. Si el libro en sí –qué narices, y la cultura en general- son severamente maltratados en la televisión de hoy en día, es tristemente ingenuo pensar que el cómic merece mayor o mejor consideración para las mentes que piensan y deciden (más lo segundo que lo primero) en las cadenas de televisión. Hablar de cómic en televisión requiere de dos cosas, interés por parte los que deciden (y, ciertamente, no lo hay) y creatividad para presentar los contenidos de manera atractiva y dinámica. Y creo que es evidente que la televisión, en general, no vive un momento especialmente creativo. ¿Excusas? Tristemente, realidades.
En lo referente a prensa escrita, la situación, que viene de largo, se ve acentuada por una época de franca decadencia de los medios considerados tradicionales. La era de los periódicos tal y como los conocemos se va diluyendo poco a poco. Los diarios gratuitos, los digitales… son la punta de lanza de una nueva manera de entender la información escrita en la que la máxima es renovarse o morir. La publicidad y los ingresos que genera –y que son, no lo olvidemos, el medio de subsistencia de cualquier medio impreso en papel- se ven cada vez sujetos a una mayor competencia y especialización, con lo que los grandes anunciantes solo están preocupados por las grandes audiencias y los grandes medios no parecen interesados en los anunciantes pequeños, ya sean reales o potenciales. ¿Justifica el desconocimiento o el desinterés que se realice una pobre labor informativa? Desde luego que no.
Ahora bien, teniendo claro que existe un amplio margen de mejora en el tratamiento que los medios de comunicación dan al cómic cabe preguntarse, ¿Conoce el mundo del cómic en general la realidad de los medios de comunicación? ¿El crítico, lector o editor de tebeos medio tiene una perspectiva suficiente sobre lo que son y cómo funcionan los medios de comunicación? La respuesta, me temo, es NO, como demuestran comentarios como el de Al Simmons: “Todavía estoy esperando un ‘círculo de periodistas’ que ataque los programas ‘periodísticos’ de televisión, y los atropellos (personales, gramaticales, profesionales) que en ellos se producen”.
Otro excelente blogger,Señor Punch, asegura en un comentario de LCdP: “Los tebeos, gracias a cosas como ésta o cómo se cubre en tv ciertos eventos nunca saldrá del agujero de fans”. ¿Verdaderamente una crítica abominable de un escritor vanidoso puede hundirnos? Lo dudo. Puede que no amplíe o mejore el conocimiento del medio para los profanos, pero ese es otro asunto completamente distinto. Porque, digo yo, ¿No sería mejor que fuese la propia gente que conoce el medio la encargada de su divulgación? Si esperamos que vengan de fuera a arreglar los problemas que tenemos en nuestra casa, lo mejor es que esperemos sentados.
Parémonos a observar por un momento el modelo de medios especializados de otras disciplinas culturales/industrias culturales como puedan ser la música, el cine o la literatura. Los hay de todos los niveles y para todos los gustos. Desde un Fotogramas a un Dirigido por, desde un Rolling Stone a un Rockdelux. ¿Que llevan años de ventaja? Cierto ¿Qué son modos de ocio mucho más extendidos e industrializados? Indudable. Personalmente, como profesional de la información, la lectura más superficial, pero quizá también la más reveladora, vuelven a ser la organización y el funcionamiento de estos medios especializados.
Una revista tipo Fotogramas o Rockdelux cuenta con un organigrama editorial profesionalizado y una nómina de colaboradores, mejor o peor pagados (en el caso de las revistas de cine, bastante mejor), elegidos por sus conocimientos en la materia que se trata. Estos colaboradores tienen un nivel de exigencia, tanto en fecha de entregas como en calidad de los textos, acorde a la importancia de la revista. Además, cuenta con una regularidad de aparición en los kioskos y librerías totalmente puntual y una eficaz maquinaria de promoción. A partir de ahí, se desarrollan en las páginas de la publicación toda una serie de formatos periodísticos (noticias más o menos breves, críticas, avances, entrevistas y otras de más difícil clasificación) que tienen generalmente el rasgo común de ser contenidos originales, incluso en monográficos y especiales o ediciones nacionales de cabeceras internacionales (Playboy, FHM, Rolling Stone…). Pese a que existen niveles de especialización, en una revista de carácter más generalista suele haber cabida tanto para contenidos comerciales como para los que son catalogados como de autor o independientes. El resultado es que un aficionado al cine europeo puede comprar el Fotogramas o Cinemanía y un aficionado a las superproducciones norteamericanas, también.
Discográficas y distribuidoras cinematográficas insertan publicidad regularmente y, sobre todo en las revistas de cine, no es extraño ver también publicidad de otro tipo de productos.
Visto esto, nos acercamos, de manera general a los –escasos- medios especializados comiqueros. Vemos entonces cómo las revistas han ido, casi siempre, unidas a editoriales de cómics. Camaleón, Norma, Glènat, Dolmen… casi todas han tenido incursiones en el mundo de las revistas, con desigual resultado. Esto, generalmente, ha redundado en que la coordinación de estas publicaciones ha corrido a cargo de alguien de la propia editorial que, indudablemente, conoce el panorama comiquero pero no necesariamente tiene experiencia en la edición de revistas (todo lo más, de fanzines). Esto, desde luego, es más importante de lo que pueda parecer. O de personal externo al que se le paga cuatro duros por llevar adelante las labores de coordinación, lo cual suele redundar en un perfil joven y, en general, precario. El resultado es que, en general, NADIE vive de hacer una revista de cómics. Otra cosa que llama la atención es la casi total ausencia de implicación de las editoriales a nivel publicitario. Hecho que tiene cierta explicación en las revistas publicadas por las propias editoriales, por aquello de la competencia, pero que sorprende en casos como Urich o la añorada El Maquinista Mensual. Una revista de comics, generalmente, tendrá publicidad de tiendas especializadas… y poco más, viendo mermada considerablemente su fuente de ingresos y provocando toda una serie de limitaciones en cuanto a calidad de impresión y tirada. Se depende tanto de la rentabilidad directa a través de las ventas reales que el equilibrio de la publicación será, a la fuerza, precario. Imagínense un Fotogramas subsistiendo con publicidad de videoclubs, o de cines… ¿a que no?
Los colaboradores de las publicaciones comiqueras, evidentemente no viven de escribir, pero es que, en muchos casos, ni siquiera cobran. Esto, evidentemente, reduce la experiencia de colaborar en estas revistas a la categoría de hobby, con lo que se resiente muchísimo el nivel de exigencia del coordinador sobre los colaboradores, el cumplimiento de las fechas de entrega… También hace que contar con profesionales, ya sea como colaboradores o algo más, quede en un lejano y muy secundario plano, lo que perjudica y mucho la faceta más informativa de la publicación y dificulta la inclusión de formatos nuevos o propios (se tiende a utilizar como fuente de referencia publicaciones extranjeras y a traducir contenidos y entrevistas).
El resultado acaban siendo revistas que, debido a su carácter semiprofesional, no siempre tienen claro el público al que se dirigen. Se habla de lo que gusta o de lo que se conoce, con lo cual no hay un afán de aglutinar estilos y lectores, algo legítimo pero poco potable desde el punto de vista empresarial. Pocos pijameros leían/escribían en el Urich y menos gafapastas compran Wizard. Si además de ser pocos se atomiza tanto la audiencia, es difícil una viabilidad editorial. Y sin ella, no existe un referente que dé solera y visibilidad a una realidad cultural, por minoritaria que sea. El ejemplo de la música considerada “alternativa” debería servir como ejemplo, válgame la redundancia. Un ámbito en el que concurren sellos grandes y pequeños en el que conviven un puñado de publicaciones de pago (Rockdelux, y, a su modo, Ruta 66) que, con el tiempo y el apoyo tanto de lectores como de artistas e industria, se han convertido en referentes y indiscutibles. Publicaciones que, en muchos casos, cuentan con colaboradores que escriben también en medios generalistas, garantizando un tratamiento más que digno a estilos musicales no necesariamente mayoritarios. El día que el cómic español tenga su propio Rockdelux, habremos dado un paso de gigante.
“las editoriales no tienen gabinetes de prensa o como se llamen: la realidad de lo que es el mercado de la historieta no llega a los medios generalistas, los de peso”. Un comentario que da en el clavo en otra de las grandes carencias de la industria editorial comiquera. Así como las editoriales de discos, de libros o las productoras cinematográficas cuentan con una importante maquinaria de promoción y gabinete de prensa, en el mundo del cómic existe un gran vacío. Los responsables de prensa dentro de las editoriales suelen ser personal interno al que se dan estas atribuciones o que compaginan esta labor con otras dentro de la empresa. Lo cual, de nuevo, vuelve a significar una ausencia de periodistas profesionales para una tarea en la que conocer el funcionamiento de cualquier empresa periodística resulta imprescindible. Limitar el concepto del gabinete de prensa de una editorial de comics (me refiero a las grandes editoriales, que se pueden permitir el lujo de destinar a una persona a tales menesteres) a enviar listados de novedades a medios especializados y, en el mejor de los casos, servicio de prensa a unos pocos elegidos es, cuando menos insuficiente. Además, resulta ineficaz si el objetivo es ampliar horizontes y llegar a los medios generalistas. Al final, la aparición de contenidos sobre cómic en estos medios acaba siendo resultado del empeño de periodistas aficionados al cómic que tienen la posibilidad de calzar alguna sección o reportaje y poco más o de una conjunción casi mística entre azar, conveniencia y casualidad. El caso de las editoriales pequeñas, de funcionamiento casi guerrillero y muchas veces unipersonal, no es mejor. Si en la mayoría de las ocasiones no se tiene posibilidad o voluntad de realizar tareas de gabinete de prensa dentro del panorama de publicaciones especializadas, difícilmente se podrá dar el salto cualitativo a unos medios generalistas, en cuyas relaciones imperan el desconocimiento mutuo y una falta de tradición en lo que a presencia habitual se refiere más allá de lo anecdótico.
La conclusión acaba siendo que hay, que tenemos, mucho por hacer y mucho camino por recorrer para alcanzar, si es que es posible, la deseada llegada del cómic a la primera división de la cultura mediática. Como casi siempre, y esta es una opinión personalísima, el trabajo debe ser ordenar primero nuestra casa para posteriormente salir al barrio y luego a la ciudad. Mucho tienen que cambiar las cosas desde dentro para que empiecen, muy lentamente, a hacerlo desde fuera. Falta un tejido sólido y elástico desde el que dar el salto a otras realidades que permitan que lo nuestro, el cómic, deje de ser algo endogámico y en constante peligro. Vivimos en una época en la que el mestizaje de géneros y disciplinas (cómic en cine, cine en cómic, novelas en cómic, etc) nos ofrece un campo de pruebas casi inmejorable. Quizás sea el momento de plantearse cambios. Algo que, para no perder la costumbre, resumiré en otro certero comentario, leído en LCP… Iker: “el tebeo debe hacerse valer y respetar por si mismo. Nadie desprecia un buen producto, lo que hay que lograr es que los buenos productos lleguen al público, no esperar a que el público se acerque al tebeo”.