Reseña de Tokyo Zombie, de Yusaku Hanakuma

Tokyo Zombie, de Yusaku Hanakuma, llega a España como descacharrante representante del estilo heta-uma. La traducción de este palabro viene a ser «malo pero bueno». Si vamos más allá de la llamativa portada (mención especial al detalle del REAL peluchete… ¡EXCELSIOR!), tardaremos muy poco en darnos cuenta de que nos encontramos exactamente ante eso: un tebeo cojonudo con toda la pinta de ser el pasatiempo gozón de un adolescente friki.

Con su dibujo achavalado y tunante y unos diálogos amplificados por la tremendísima traducción española, Hanamuka desparrama todo lo que quiere y más en un combinado de alta graduación en el que caben héroes de barrio, artes marciales y zombis a cascoporro. Hay en Tokyo Zombie todos los componentes que hacen de los subgéneros algo tan saludable y vital. Sus páginas representan a la perfección aquello de que el humor es algo muy serio. Más allá de la coña marinera que despliega el autor en su Tokio apocalíptico lleno de situaciones desopilantes y de su estilo de libreta de anillas y pupitre de colegio, no hace falta ser muy lince para detectar el pulso de un artista plenamente consciente de su juego y embarcado en una misión.

La fecha de publicación original de Tokyo Zombie (1999) nos habla también de cómo la cultura popular japonesa va varios pasos por delante de la del resto del mundo. Sólo la chifladura nipona puede explicar que un manga con casi veinte años aterrice en 2016 y su combinación de apocalipsis zombie, acción galletera y humor gamberro encaje como un guante en la era del post posthumor y el advenimiento de dibujantes como Benjamin Marra, decididos a recuperar con una pátina de modernidad y emoción el lado más románico y primitivo de la historieta.

Tokyo Zombie es lo más parecido que se puede encontrar en papel y blanco y negro a aquellos juegos de máquina recreativa de 16 bits y dos dimensiones en los que avanzabas todo el rato hacia la derecha repartiendo estopa a una marabunta de enemigos. También es un tebeo 100% Autsaider, igual que lo son los de Kaz, Benjamin Marra, Víctor Puchalski o José Tomás. Que veas una obra y la asocies instantáneamente a una editorial es el mayor piropo que se puede hacer a un editor porque, amigos (y amigas!), que en una sala llenísima de gente gritando se distinga tu voz entre doscientas es algo tan difícil como especial.

Puedes leer Tokyo Zombie con una ceja levantada, pensando para tus adentros lo zorro que es Yusaku Hanamura, cómo toma los códigos de géneros de serie B para convertirlos en un artefacto que juega en una finísima línea entre la parodia con coartada artística y el homenaje sincero. También es posible abordar su lectura abrazando sin reparos su grandísimo y nada disimulado corazón friki, su macarreo trash y ese dibujo que, por momentos, y aunque uno sepa que hay mucho más de lo que parece, puedes imaginar coloreado con lápices Alpino. En ambos casos, si entras en el juego que propone por cualquiera de las puertas posibles, Tokyo Zombie es una obra disfrutona, un manga que pone las pilas, un tebeo necesario.

Échale un ojo aquí a la peli de imagen real de Tokyo Zombie

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