Reseña de I.D., de Emma Ríos

I.D. nos presenta a Emma Ríos como autora completa. La obra, serializada en EE.UU en las páginas de la revista Island es reflejo del interés de la autora por un tipo de ciencia ficción más efectiva que efectista, por una exploración de lo que el futuro puede deparar más interesada en los cambios humanos y sociales que en los efectos especiales.

I.D. es un cruce de caminos entre tres personajes en la realidad hostil de un entorno converso. Sin embargo, es de ellos mismos, de su propia piel de la que pretenden huir lo que les lleva. A coquetear con la idea de una solución radical: un trasplante de cerebro a otro cuerpo. Ríos ha realizado un importante trabajo de documentación a la hora de aventurar esta posibilidad de manera verosímil, contando con la colaboración de un experto, que también proporciona un interesante texto de apoyo en este volumen.

La obra funciona a la perfección como crónica del desencanto de una humanidad hostil, cansada y al borde del caos, en el que se apuntan notas de totalitarismo casi orwelliano a través de unas certeras pinceladas. Hay en I.D. una mirada nada optimista al futuro, heredera quizás de la ciencia-ficción de los años setenta, una sensación bien transmitida de la inquietud que precede a un gran desastre.

A través de tres personajes bien definidos, a los que Emma Ríos va aislando paulatinamente del ensordecedor entorno, son sus propios miedos y motivaciones, que acaban por convertirse en verdaderos ejes de la obra. Todo ello mediante una economía de medios, pocos escenarios, pocos personajes, que la autora gallega exprime hasta el tuétano. En el fondo, lo que se nos está contando es una fabulación de la incomodidad con el propio yo que afecta a la práctica totalidad del ser humano, explorada en esta obra de la manera más consciente y literal posibles.

En Capitán Harlock, Leiji Matsumoto nos enseñaba la perenne melancolía de un personaje distante, marcado por sus contradicciones. Por una parte, seducido por la aventura y lo desconocido. Por otra, obligado a una vida errante. En I.D. los protagonistas comparten un sentimiento similar que les lleva, a través de una invisible energía vital, a afrontar juntos (aunque no siempre unidos) sus decisiones. Ese trayecto hacia la intimidad se revela

Emma Ríos elige para esta obra un interesante bitono que dota de mayor fuerza a su dibujo. Si en Bella Muerte ya apuntaba a lo que podríamos denominar el estilo cosmopolita definitivo, aquí lo lleva un paso más allá. Ríos ha sabido a lo largo de su trayectoria asimilar conceptos y soluciones gráficas y narrativas de procedencia muy dispar sin depender en exceso de ninguna de ellas y ensamblándolas hasta lograr un lenguaje visual con una fuerte identidad y extremadamente fluido. Resulta auténticamente estimulante ver la variedad de registros de la dibujante, capaz de trabajar con casi enfermizo detalle de cada hoja de un árbol, solucionar escenas con una fascinante riqueza de planos y marcar con pulso firme los cambios de ritmo que requiere cada momento de la narración. Hay, en definitiva, una seguridad y un saber hacer que saltan de las páginas de la obra.

I.D. tiene en común con las grandes obras de ciencia-ficción el afán por crear un escenario de rica y elaborada complejidad para dar salida a los más miedos e inquietudes más profundos de la condición humana. Una manera de hacer que sólo está alcance de los grandes narradores, y no cabe duda alguna de que Emma Ríos lo es.

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