Reseña de Capitán América: Blanco, de Jeph Loeb y Tim Sale

Capitán América: Blanco supone el culmen al sentido homenaje de Jeph Loeb y Tim Sale a la esencia del Universo Marvel. Este tandem creativo, tan intermitente como inquebrantable, que incluso llego a dar el salto a la televisión gracias a la serie Heroes, arrancó a principios de los noventa con Challengers of the Unknown para, posteriormente, alumbrar algunas de las historias más estimulantes de Batman de las pasadas décadas. El largo Halloween o Victoria Oscura son obras elegantes, cargadas de espíritu noir, sofisticación y, por qué no decirlo, ganas de gustar. Más tarde Loeb y Sale aterrizaron en Marvel, donde se propusieron revisitar algunos de los momentos clave de determinados personajes. Así nacieron Hulk: Gris, Daredevil: Amarillo o Spiderman: Azul, obras con leiv motiv cromático que recreaban hitos concretos. El último eslabón de esta cadena de colores era Capitán América: Blanco, uno de esos proyectos que parecían destinados a permanecer en el limbo para siempre que, contra todo pronóstico, ha acabado viendo la luz.

Igual que en sus antecesores, Loeb y Sale afrontan Capitán América: Blanco con un doble propósito. Por una parte, se busca apelar a la nostalgia, al lector de superhéroes de toda la vida que ha crecido con la Marvel de los sesenta y los setenta. Para ello, se sitúa la acción en la etapa primigenia del personaje, la Segunda Guerra Mundial y la lucha contra el nazismo. Tim Sale, con su dibujo estilizado y elegante, puede disfrutar más que nunca de su querencia por las atmósferas de aire retro, los detalles de composición y los homenajes, tanto a Jack Kirby, creador del personaje, como Jim Steranko, auténtico renovador del modo de hacer Marvel.

El otro propósito, quizás más discutible, es la voluntad de facturar una obra importante, un trabajo trascendental. La narración en primera persona, el aire reflexivo y confesional, la mezcla entre epopeya, drama y comedia, el estudiadísimo despliegue gráfico… Son todos componentes que, como en las grandes producciones de la era dorada de Hollywood, buscan lo sublime a través de un derroche de medios y boato, bajo la batuta de directores estrellas conscientes de estar haciendo algo grande.

El envoltorio de Capitán América, con su halo de romántico glamour, es totalmente irreprochable, desde las cuidadísimas portadas al minucioso trabajo de color. Tim Sale mantiene una medida justa de momentos espectaculares a traves de splash pages monumentales y de una asentada capacidad para transmitir un dinamismo épico que, en sus manos, resulta convincente.

Al final, la obra se erige como un monumental homenaje a la nostalgia. Vemos a Steve Rogers rememorar un pasado interrumpido por décadas enterrado en hielo. El recuerdo de los buenos momentos y la impotencia de las cosas que ahora se habrían hecho de una manera distinta. Está esa acción tan de la vieja escuela, con su camaradería, su aire juguetón y la sensación de que el peligro, más que otra cosa, es una pareja de baile con la que se sabe lidiar. También Nick Furia y sus Comandos Aulladores, personajes entrañables imposibles de concebir en la actualidad y la bella e intrépida partisana. Están, por último, los pérfidos traidores, los nazis, adversarios tan subyugantes en la ficción terribles en la realidad, y Craneo Rojo, el MALO por excelencia.

Todo un arsenal de guiños encaminados a despertar una llamita de emoción en el lector veterano y, quien sabe, sorprender a quienes no concibían a los superhéroes como algo refinado. Mucho más de lo que ofrece la mayoría pero, quizás, algo menos de lo que pretendía. Loeb y Sale.

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*