Reseña de Heavy 1986, de Miguel B. Núñez

Heavy 1986 personajes

Hay historias excelentemente ambientadas y documentadas e historias excelentemente ambientadas y documentadas en las que, además, subyacen temas que trascienden su entorno y contexto. Existen, por supuesto, otros tipos de historias, pero esas no vienen a cuento para lo que hoy nos ocupa.

Heavy 1986 forma parte de esas obras en las cuales el autor ha tomado un especial interés por pulsar el botón de la empatía con sus lectores. Miguel B. Nuñez ha puesto tanto mimo en describir cómo era ser un chaval heavy de extrarradio madrileño a mediados de los ochenta como en ofrecer unas pinceladas sociopolíticas que permitan enmarcar el cómo y el por qué de una época de cambio lento pero firme en nuestro país.

Quienes hayan vivido aquello, verán como las páginas de Heavy 1986 le trasladan de nuevo a la Sala Canciller, las cintas cassette, las muñequeras, las litronas en el parque y vibrar con Judas Priest, Obús o Metallica en una época en que la música estaba muchísimo más lejos que a un click. Quienes no, además de poder descubrir una época considerablemente menos explotada que la Movida, encontrarán una historia tan universal como cercana.

En Heavy 1986 no hay una GRAN historia, con su planteamiento, nudo y desenlace. Tampoco, desde luego, parece que haya sido esa la idea del autor en ningún momento. Hay, en cambio, un cúmulo de pequeñas historias que se entremezclan unas con las otras. Un coro de voces que se suman para describir distintas facetas de la adolescencia: inseguridades, primeros amores, inconformismo, rebeldía…

Es ahí donde la obra de Miguel B. Núñez trasciende el espacio y tiempo en el que está circunscrito para convertirse en un relato vital de alcance universal. Pese a no tratarse de un trabajo estrictamente biográfico, Heavy 1986 está contado desde la sinceridad de una voz propia. Eso permite que, más allá del nostálgico encanto que desprende la excelente ambientación, la historia «llegue» aunque nunca hayas escuchado nunca a Twisted Sister.

Se me ocurren pocas obras que hayan sabido mezclar tan bien la pulsante adolescencia de las películas de John Hughes con la suprema importancia de la música en educación sentimental de las personas que nos mostraba Nick Hornby en Alta Fidelidad. Y, desde luego, ninguna que reuna a los dioses del metal.

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