Reseña de El legado de Júpiter, de Mark Millar y Frank Quitely

El legado de Júpiter es el más reciente proyecto-franquicia de Mark Millar, un guionista que ha conseguido línea directa con el Dios del entretenimiento, Hollywood, y que hace ya mucho que hace lo que le da la gana sin preocuparle lo que pienses.

Los lectores menos versados en cómic de superhéroes quizás no estén al tanto de la labor de este escritor escocés en DC con The Authority o Superman: Red Son, en Marvel al frente de títulos como Ultimates Lobezno o, ya por libre, Wanted o Némesis, en los cuales se encargó, en colaboración con dibujantes como Brian Hitch, J.G. Jones o Steve McNiven, de llevar la pirotecnia del cine a un género necesitado de un bofetón de aire fresco. Es posible que sí hayan conocido de alguna de sus criaturas en la gran pantalla peliculas como Wanted, la saga Kick Ass o la reciente Kingsman en las cuales, cosas de la vida, los tebeos de Millar eran la fuente de la que Hollywood se abastecía de espectáculo hollywoodiense.

Desde la tranquilidad de quien se ha hecho un nombre, hace tiempo que Millar prepara y ejecuta sus obras de arte secuencial pensando en que acabe convertida en película. Al guionista le respaldan éxitos anteriores, la voracidad de una industria sedienta de ideas y licencias y, admitámoslo, un toque de Midas que vale millones.

Tal y como está el panorama, es difícil que cada nueva obra de Mark Millar no sea un acontecimiento editorial. El legado de Júpiter, por supuesto, no falla a esta máxima. El escocés elige jugar de nuevo a los superhéroes pero esta vez, en vez de por los superhéroes de barrio, se decanta por algo más épico, más cósmico, más Vengadores y Batman y Superman. ¿Casualidad? No lo creo.

Millar vuelve de a eso que tan bien se le ha dado tradicionalmente como es dar una pátina de verosimilitud y actualidad a la ficción fantástica. A partir de un arranque que tan pronto retrotrae a King Kong como a Indiana Jones, a las aventuras de toda la vida, las buenas. Se nos ubica en un mundo en el que los superhéroes son una presencia cotidiana, un star system de jóvenes guapos, populares y ociosos gracias a la efectividad de sus antecesores, que les han dejado sin casi retos y, por tanto, sin casi motivaciones. La decadencia de un modo de vida y de un estamento va en paralelo a una crisis económica y de gobierno, ámbitos en los cuales la casta superheroica ha procurado no intervenir hasta el momento.

El guionista crea el caldo de cultivo propicio para aplicar él mismo narrativamente y sus personajes de manera directa lo que se conoce en el ámbito de la economía como la doctrina del shock. A nivel narrativo, como conflicto que abre la puerta al inicio real de la obra, ese en el cual unos pocos luchan contra un poder autoritario y omnímodo. En lo referente a sus personajes, mediante un villano que implanta una dictadura global con unas maneras y un ideario con similitudes más que evidentes a los gobiernos autoritarios que incorporaron a su causa el ideario de Milton Friedman y la Escuela de Chicago.

Si en lo, llamémoslo, macroeconómico de El legado de Júpiter, nos encontramos con ominosos villanos friedmanianos, en lo que podríamos denominar como microeconómico hay hueco para rencores, disputas familiares, amores prohibidos y momentos de sitcom con superpoderes que permiten mantener un plan B frente a un posible atracón de épica y, al mismo tiempo generar un anclaje con lo cotidiano que amplíe ese espíritu verista dentro de lo fantástico que persigue Millar.

Y allá donde otros arquitectos de historias, otros guionistas estrella, procuran trabajar con dibujantes perteneciente a una clase media competente y cumplidora, gente que nunca les va a robar protagonismo, Millar elige volver a asociarse con el que probablemente sea el mejor dibujante de superhéroes de la actualidad y uno de los mejores de nuestra época en términos absolutos. Frank Quitely consigue en un pispás dejar atrás debates sobre su estado de forma, el estado de la nación o la viabilidad del género de superhéroes. Ahí están su trazo limpio y quirúrgicamente preciso, esa fluidez extrema de sus figuras, su dominio absoluto del tempo y, en definitiva, esa capacidad para convencer a golpe de página de que lo que estas viendo es algo IMPORTANTE.

Un cómic dibujado por Quitely es siempre una gozada, sea por su interés por el detalle, a veces rayano en la obsesión, por su talento brutal para plantear las transiciones entre viñetas o por ese sentido tan puro de la narración que exuda. Si el dibujante escocés, siempre ha ido varias cabezas por delante de la manada, si uno hace el ejercicio de coger al azar uno de los tebeos de grapa que se publican en la actualidad, comprobará que lo suyo es una escapada del pelotón en toda regla.

El legado de Júpiter es un tebeo de superhéroes para gente que no lee tebeos de superhéroes. También es un tebeo de superhéroes para gente que antes leía tebeos de superhéroes. Y un pitch en forma de tebeo para una película. Y un cómic entretenido, impactante y terriblemente bien dibujado. O todas estas cosas a la vez. O ninguna. No negarán que toda esta variedad despierta curiosidad y un punto de admiración.

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