Reseña de Rituales, de Álvaro Ortiz

Igual que ocurre con casi todos los grandes autores, en la obra de Álvaro Ortiz se pueden intuir algunos de los temas (quizás sea demasiado pronto para llamarlos obsesiones) sobre los que más le atrae hablar, como son el sexo y la muerte. En Rituales, igual que en anteriores obras suyas, hay un poco de Woody Allen en todo ello, igual que también lo hay en su manera de abordar lo que cuenta, siempre desde una desdramatización que, en ocasiones, bordea lo humorístico y, en otras, se sumerge en ello de manera abierta. Siguiendo con las referencias cinematográficas, me atrevería a decir que el dibujante comparte con Wes Anderson el gusto por trufar de detalles extremadamente minuciosos las situaciones y personajes, estos últimos casi siempre perdedores entrañables con algún tipo de disfuncionalidad.

Puede que para algunos el casero en pijama con una foto de Hitler en bañador en su despacho, el perro sin patas delanteras y bastante mala hostia, o la habitación de hotel sin ventana, wifi ni escobilla en el baño de los que nos habla Ortiz sean solo muletillas. En mi opinión, lo que hacen es dotar de mayor empaque y proximidad a los microuniversos en los que se desarrollan sus historias. Es una solución no solo válid,a sino también extremadamente inteligente. En el constante tira y afloja entre verosimilitud y extrañeza en que viven los cómics de Álvaro Ortiz, en esa ficción que dibuja una realidad que supera a la ficción, es necesaria una vía de escape, un yo-no-sé-qué que nos acostumbre a la anómala cotidianidad en la que nos vemos sumergidos página a página. En el fondo, nos encantaría que nuestro día a día contuviese esa mezcla de misterio, magia y desconcierto que caracteriza a sus obras.

Rituales es una concatenación de historias cortas travestida de relato largo. Un misterio -o varios- y un totémico muñequito de madera portentosamente dotado -o varios- sirven como enlace a relatos que nos llevan a los destinos más dispares y a diversas épocas históricas. A Álvaro le da tiempo de ajustar cuentas con Caravaggio, de cachondearse de las novelas de thriller nórdico, de inventarse una suerte de versión inversa de El amante de Lady Chatterley o de hacer pseudo slice of life raruno. Todo ello a través de una manera de narrar y describir tremendamente cosmopolita pero, a la vez, extremadamente cercana. Porque Rituales, igual que todo lo que ha dibujado Ortiz, es una obra que exuda sinceridad. Sí, una sinceridad bizarra, empadronada en Twin Peaks, pero sinceridad al fin y al cabo.
En la obra de Álvaro Ortiz, igual que en su discurso como creador (como podréis comprobar si asistís a alguna de sus presentaciones durante estas fechas), impera la naturalidad. Y ello hace que la manera de conectar con lo que hace sea más intensa. Que lo que intenta contarnos a través de ese dibujo tan juguetón y, a la vez, tan minucioso, fluya hacia el lector sin interferencias.

No voy a decir que Rituales es la gran obra de Álvaro Ortiz, porque ni creo que me corresponda decir algo así, ni tengo muy claro de qué serviría hacerlo. Lo que sí afirmo es que se trata de un cómic ambicioso ejecutado de manera brillante por un autor que derrocha talento. Una gran obra sin más rodeos, un tebeazo in your face.

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