Reseña de El Horno Huérfano, de Rob Davis

Hay un momento en el que la sobreexposicion de estimulos y el constante recicla,mezcla, recupera, revivaliza en el que se ha convertido este arranque de siglo XXI hace que se pierda la esperanza de que volvamos a experimentar un estimulante desconcierto al leer o ver algo. Es eso precisamente lo que ha logrado Rob Davis con con su El horno huérfano. Recientemente galardonada con el premio a la mejor obra en los Brit Comic Awards, esta novela gráfica nos lleva a un  escenario en el que se asumen situaciones totalmente descabelladas como si formasen parte de una cotidianidad tangencialmente próxima a la nuestra, dando lugar a un descolocante «tan lejos, tan cerca».
El horno huérfano es una historia de chavales díscolos de colegio británico de ciudad media, un tema que hemos visto y leído anteriormente en diversos formatos y variaciones. Sin embargo, también es una historia en la que los padres de los protagonistas son electrodomésticos y aparatosos trastos mecánicos que duermen en el garaje, donde llueven, literalmente, cuchillos y carcajadas y donde cada estudiante conoce con antelación la fecha de su muerte. Todo ello es asumido dentro de la narración como algo perfectamente razonable y sobre lo cual no es necesario ofrecer explicación alguna. Quizás sea esa una de las apuestas más admirables de esta obra. Lejos de adherirse a esa costumbre tan contemporánea de domesticar la ficción para que llegue al espectador o lector de una manera lo más suave posible, Davis va por libre.

Esto acaba por dar una dimensión completamente inesperada a una historia con componentes tan esenciales como investigación, misterio, huida y persecución ya que, los obstáculos, los peligros e incluso la reflexiones y reacciones de los protagonistas son imprevisibles, no se ajustan a lo que viene siendo habitual en esas situaciones.

Rob Davis nos cuenta todo esto a través de un dibujo de aire cartoon en el que tiene un peso específico su utilización de los grises, que acaban por aportar un aspecto más crudo al conjunto. Su estilo no está alejado de una cierta tradición brit fluida, caricaturesca y por momentos tosca. Resulta interesante también como el autor marca capítulos (o etapas, según se mire) a través de los totémicos artefactos que pueblan las páginas de El horno huérfano.

No sé si es estrictamente necesario que una obra deje interrogantes y dé lugar a la especulación cuando pasas su última página, ni si ello hace que sea mejor o peor. En el caso de El horno huérfano, además de ser un rasgo definitorio, le convierte en una lectura apasionante.

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