Reseña de Los Leones de Bagdad, de Brian K. Vaughan y Niko Henrichon

Incluso el autor más sólido, el escritor de calidad más contrastada, se permite de cuando en cuando una pequeña veleidad. Brian K. Vaughan ha escrito mucho y muy bien en títulos como Ex Machina o Y, el último hombre. Acostumbrado a las carreras de fondo, parece que el norteamericano ha querido sorprender con Los leones de Bagdad, un tipo de proyecto totalmente alejado de lo que podríamos esperar de él. Vaughan aprovecha unos hechos reales (la huida por las calles de Bagdad de varios leones del zoo de la ciudad durante un bombardeo del ejército norteamericano) y los acopla a su antojo para orquestar un relato con el que, al final, no sabemos muy bien qué pretende. El autor decide dar voz y protagonismo a los leones, a los que se empeña en dotar de comportamiento y reacciones humanas. El desequilibrio, pues, es intentar mantener unas altas dotes de verosimilitud (eligiendo como base una historia real) para acabar haciendo una lectura un tanto naïf de qué es lo que pasa por la cabeza de un león. Vaughan parece pensar que si dota a sus animales de la humanísima cualidad del habla, debe hacer que éstos se comporten como tales. Un primer y terrible fallo del cual la obra no se acaba de recuperar.

Así pues, la cosa transcurre en el terreno del melodrama animal verité a menos que uno decida sacarle punta al asunto y buscar la parábola hasta encontrarla. Bien mirado, hasta el título original (Pride of Baghdad, “pride” significa “manada de leones”, pero también “orgullo”) invita a ver en la pequeña odisea de estos leones iraquíes un resumen muy simple, muy a la americana, de la situación de aquel país. El león, animal orgulloso y babilónico, como representación física de un país liberado del yugo (el cautiverio en el zoo) por parte de una misma entidad (el ejército norteamericano) que también será protagonista de su anticlimático desenlace.
Al final, resulta que Los leones de Bagdad no es de todo un relato fiel de una interesante anécdota real, ni una historia fantástica, ni una fábula, ni una parábola con mensaje. La obra juega a ser todo y acaba picoteando, efectivamente, en todos estos campos mencionados. El problema acaba siendo que, iniciadas tantas sendas, ninguna acaba por llegar a buen fin. Todo termina siendo un ejercicio entretenido pero menor, un cuento dibujado de manera preciosista, casi en tecnicolor, por parte de un interesante desconocido como Niko Henrichon. Un artista que, en su segunda obra de calado, demuestra un dominio del medio que, desgraciadamente, se diluye en un guión fallido.

Los leones de Bagdad no peca de ser una mala obra, sino de hacernos creer que va a ser una obra notable a través de su envoltorio, de sus autores y de sus pretensiones . Las comparaciones son odiosas, pero con la obra en una mano y el We3 de Morrison y Quitely en otra, se puede llegar a interesantes conclusiones sobre hasta dónde pueden llegar autores distintos con una idea similar (la baza del protagonismo animal, frente al habitual protagonismo humano) y unas aspiraciones similares (ambos son proyectos ‘capricho’ por parte de autores bien considerados).

Reseña publicada originalmente en Culpable y Perdedor en julio de 2007

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*