Reseña de El Club Eltingville, de Evan Dorkin

¿Quién es más friki, el friki o el friki que llama friki a otro friki? Una cuestión que se debatirá probablemente a perpetuidad dentro de los círculos más, ejem, frikis. Que es, precisamente, de lo que nos habla todo un pedazo de friki como Evan Dorkin. Al norteamericano en nuestro país le conocemos de oídas o por catálogo ya que, escarceos con las franquicias Dark Horse aparte, El Club Eltingville es la primera de sus obras que ve la luz en España. Queda por ver, todavía, si llegará a nuestras costas la que es su obra más celebrada y reconocible, Milk and Cheese. Sin embargo, en la obra publicada por La Cúpula se repiten diversos parámetros muy reconocibles por los que fácilmente se identifica a Milk and Cheese. Al igual que el cartón de leche y el trozo de queso parlantes creados por Dorkin, los cuatro jóvenes protagonistas de El Club Eltingville son también parlanchines incesantes (en ocasiones los bocadillos llenan, literalmente, grandes viñetas) dotados de personalidades exageradísimas. Evan Dorkin es un adorador de lo hiperbólico como recurso cómico y no iba a renunciar a ese recurso en una obra de carácter marcadamente paródico como este. A lo largo de las páginas de este El Club Eltingville, el autor lleva hasta el extremo las obsesiones y compulsiones del fan-lector-coleccionista de cómic, ciencia-ficción, fantasía y juegos de rol, vamos, del friki de toda la vida, sumergiendo a estos cuatro integrantes de tan personal club en toda una serie de peripecias en las que el motivo principal siempre es alguna de sus aficiones. Así, desde la odisea en busca del último muñequito de la colección hasta la lucha por la supervivencia en el maratón de la Dimensión Desconocida o la lucha contra el escuadrón antifriki, en todo momento Dorkin se encarga de plantear diálogos disparatados y situaciones pasadas de rosca en las que los personajes viven, rigurosamente, por y para sus aficiones, y lo hacen a muerte. Lejos queda el espíritu autocomplaciente de Los Caballeros de la Mesa del Comedor. No hay piedad para esta panda de eternos adolescentes con master en frikismo. El autor, que no tiene piedad con sus creaciones, consigue de un modo extraño acabar equilibrando el intencionado patetismo que imprime en los protagonistas con un cierto mensaje conciliador: al final hay una cierta defensa del modo de vida de esos frikis a los que se dedica a poner en evidencia o, más bien, a descargar en situaciones que les ponen en evidencia. La táctica de la exageración, con esta panda de histriónicos fans, conocedores y coleccionistas de todas las cosas freak, produce momentos genuinamente graciosos pero, al final, acaba por resultar un poco monótono. Siendo como es un humor fundamentado en tópicos bastante sobados, hay que decir que los frikis de Evan Dorkin son los más alocados, desastrados, listillos, acaparadores y desfaenados que se pueden ver, con lo cual, se le acaba por ver el plumero: ¡Evan Dorkin es un friki!

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