Reseña de La Tigresa Blanca, de Yann y Conrad

Curioso lo de Yann y Conrad. Dos autores que, como tandem creativo llevan colaborando desde finales de los setenta y que sólo en recientes fechas hemos podido disfrutar en nuestro país como dúo dinámico. Si a Yann le conocemos por estos lares gracias a aquel lejano primer tomo de Sambre (el mejor de la saga, por cierto, que firmaba como Balac) y por Pin-Up, que ha publicado Norma. Obras, todas ellas, muy distintas a Los innombrables, tanto en guión como en dibujo. Y salida de Los Innombrables, precisamente, surge La Tigresa Blanca. La serie se centra en la encantadora pero mortífera joven, que esta vez cuenta con una serie en la que se desarrollan sus aventuras en solitario. Los parámetros de este primer volumen, que contiene los dos primeros álbumes de la edición francesa en un formato reducido (una pena), se rigen por una saludable dieta de acción con toques pulp ambientada en parajes exóticos y evocadores. Yann presenta de una manera ágil la enrevesada telaraña de intrigas de poder en la China de después de la Segunda Guerra Mundial salpicándola de vocabulario pintoresco, anécdotas pícaras y, lo que es más importante, procurando en todo momento impulsar un espíritu de diversión de lo más agradable. Incluso se permite algún que otro guiño socarrón a una de las grandes obras de la línea clara francobelga, La Marca Amarilla. Yann pone a chinos, británicos, norteamericanos y peculiares organizaciones secretas tras la pista de la misteriosa “Fat Girl”, se encarga de definir un plantel de personajes dispares, excéntricos y con la suficiente vis cómica, que sabe hacer aflorar en los momentos precisos, y echa la máquina a rodar, sabiendo administrar con mucha precisión las dosis necesarias de tensión erótica, acción y suspense. Y pedalea junto a Conrad. El veterano dibujante tampoco deja lugar al descanso. Con su dibujo amable y preciosista, y un planteamiento formal clásico (ocho-nueve viñetas por página, a piñón fijo) consigue un álbum repleto de escenarios y maquinaria superdetallados y personajes extremadamente ágiles y expresivos. Al igual que hace su compañero de viaje, Conrad se recrea sin llegar al empalago en automóviles de época, localizaciones de ensueño y pequeños detalles, lo que contribuye a añadir un poquito más de encanto a todo el conjunto. Y así, el resultado es un puñado de páginas llenas de vitalismo, emoción y entretenimiento nada ingenuo en las que dos autores con años de buenos tebeos a sus espaldas demuestran que siguen teniendo ese algo especial.

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